El narcotráfico está ganando su guerra en la Argentina, apañado por una clase política cómplice y una sociedad que una vez más hace de la indiferencia un culto.
Los reiterados hechos de violencia vinculados al narcotráfico, sumados al decomiso constante de grandes cantidades de droga, nos hacen pensar que la desidia y la complicidad con que se trató esta cuestión en las últimas décadas comienza a dejar en nuestra sociedad huellas que serán muy difíciles de desandar.
No puede menos que sospecharse de la complicidad del poder político, acostumbrado a la falta de control de los organismos específicos –siempre coptados a favor del poder de turno- y de una justicia inútil para el común de la gente y siempre dispuesta a favorecer con sus fallos a quienes notoriamente están vinculados al flagelo.
Argentina ha ido convirtiéndose poco a poco en una narco-sociedad en la que la impunidad de los traficantes está asegurada en la misma medida en que el hombre común se convierte en una víctima de este sistema perverso.
¿Cuántos de nosotros ya estamos infectados por el mortal fenómeno de la droga?, ¿cuántos de nuestros hijos han caído o caerán en el flagelo?.
Hubo un tiempo en el que muy pocas voces se levantaban para prevenir acerca de lo que se venía. Y fueron acalladas, descalificadas y perseguidas desde el propio estado que con la censura pretendía convertir a la sociedad en un núcleo silencioso, frívolo e irresponsable que sólo mirara para el costado.
Y vaya que lo consiguió…
Asusta observar la indiferencia que tenemos frente a un tema que se extiende como un cáncer inevitable.
Distraídos en vaguedades, enfrentados por cuestiones menores ante la magnitud de este problema, convencidos –como tantas otras veces en otros tantos temas- que “a nosotros no nos va a pasar”, hemos abierto las puertas del país al más monstruoso de los comercios humanos.
¿Cuánto falta para que, aún sin saberlo, le abramos las de nuestra propia casa?.
Argentina está perdiendo la guerra contra el narcotráfico; y lo más triste es que todos somos, en mayor o menor medida, cómplices de esa derrota.
Tal vez esperando, como siempre, que alguien resuelva el tema por nosotros.