Uno más; uno de tantos. Uno que como sus antecesores, y los que le seguirán, salieron a la calle a ganarse el pan, a cubrir esos compromisos que todos tenemos, a sentirse útil. Y no volvió…
Tras la noticia, lo de siempre; lo de manual. Un paro por un ratito, los funcionarios corriendo a «acompañar a la familia», las declaraciones grandilocuentes, la preparación de estadísticas que muestran que «se trata de un hecho excepcional» ya que los casos de insguridad «bajaron un tanto por ciento desde la época de Rosas hasta la actualidad»…y todo listo para esperar el próximo asesinato y la próxima salida a escena del elenco de las justificaciones.
Y la gente que dice basta. Pero un basta vacío, ajado, sin contenido alguno.
Ese exasperante «basta» del «que se vayan todos», o del «18F», o de la 125…o tantos «bastas» que jalonaron una historia de frivolidad, furia momentánea y olvido inmediato.
Tal vez lo que tengamos que reinventar sea entonces la palabra basta. Sus contenidos y sobre todo sus plazos; recordar que «basta» siempre viene acompañada del adverbio de tiempo «ahora». Porque sin él pierde sentido absoluto y se convierte en un «bueno…pero por última vez», que en todos los órdenes de la vida es la puerta abierta para la repetición de aquello que la generó.
Como la violencia de género, el descubrir a un hijo consumiendo drogas, las infidelidades, las mentiras y los abusos, a los que si se les da una sola oportunidad se las ingeniarán para volver, sabiendo que no tienen sanción. Como las fáciles «libertades extraordinarias» de los delincuentes detenidos.
Hasta que en la Argentina «basta sea basta» y la gente no le dé otra oportunidad a los que salen a escena a teatralizar una preocupación, y/o dolor, y/o indignación que realmente no tienen, nada va a cambiar y sólo seremos una claque que aplaude o silba de acuerdo al momento de la representación en que nos encontremos.
Para luego hacer mutis por el foro hasta que un nuevo asesinato nos convoque nuevamente a representar nuestro papel secundario.