LAS BARRAS SE QUEDARON CON TODO EL PODER EN EL FÚTBOL

Boca quiso sacarse de encima el problema de los barras y el fútbol casi se queda sin clásico. Caídas las caretas ahora todos se entregan a un sálvese quien pueda que pone a la verdad en escena.

Todos sabemos que entre dirigentes de clubes y figuras políticas existe un uso y abuso de las barras que asolan no ya al fútbol argentino sino a toda la sociedad. Aquellas palabras que todos escuchamos pronunciar a Luis D’Elía, reconociendo haber contratado a la barra de All Boys por «veinticinco luquitas» para un acto de La Cámpora no fueron menos evidentes que la presencia de las diferentes hordas en el traslado de los restos de Perón, las movilizaciones de cualquier candidato o puntero o el apriete a opositores en actos comiciales en los clubes.

Hoy las barras suponen un negocio de poder y dinero que se ha enquistado en todas partes y ya es un algo indivisible de la política de los clubes y del país.

Cuando Daniel Angelici reconoce que «quiere blanquear las barras» no hace otra cosa que hacer explícita una rendición-complicidad que existe desde hace mucho tiempo.

El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, que no sólo es funcionario sino también preside el Club Atlético Quilmes, planteó que el Estado también debería tener la potestad de aplicar el derecho de admisión a los barrabravas.

«No me parece justo que se lo encajen a los directivos porque después tienen que ir al barrio a hacer sus tareas«, afirmó a la vez que sugirió que tendría que haber «respuestas del Estado».

Ambos desechan tan sólo una alternativa: meterlos presos como corresponde en cualquier país civilizado con asociaciones ilícitas preparadas para delinquir.

Y esta es la verdad que surge por fin a la superficie: ni los clubes ni el estado tienen vocación alguna de resolver el problema, que pasa a integrar ahora explícitamente la inmensa lista de problemas que nadie quiere resolver en la Argentina.

Como la corrupción, el clientelismo, la boleta sábana o el financiamiento de la política. Como todo aquello que permita a una dirigencia patibularia apropiarse para siempre de la porción de poder que haya sabido manotear.

Las barras están ahora entre nosotros, con derecho al diálogo, a la decisión y al financiamiento.

¿Como siempre?, claro. Pero ya sin necesidad de esconderlas.