LA VIOLENCIA COMO FORMA COTIDIANA

Todo es violencia en Argentina. Las voces lo son, los hechos lo son, los paradigmas lo son. Acostumbrados al atropello del poder, terminamos creyendo que atropellando nosotros nos reivindicamos.

Cada mañana despertamos con la violencia flotando entre nosotros.

Violencia doméstica, violencia de género, violencia escolar, violencia vinculada a la inseguridad creciente, violencia en el tránsito, violencia en el deporte y sobre todo violencia en la política, esa ciencia que el hombre desarrolló justamente para suplantar a la violencia de la fuerza y cambiarla por la fuerza de la convivencia.

Argentina ha conocido etapas violentas, en la que el enfrentamiento se convirtió en la razón de ser de sus habitantes.

Ocurre que pasados los años no podemos menos que concluir que aquella violencia era sectaria; respondía al interés de grupos determinados por ideologías contrapuestas o intereses económicos.

Pero la generalidad de los ciudadanos quedaba fuera del conflicto y se limitaba a esperar quien era el ganador para saber entonces cuales serían las reglas de juego que deberían seguirse.

Y se dio entonces un proceso involutivo: en vez de avanzar en el encuadramiento de los sectores en conflicto a la norma general de la convivencia, terminamos por subirnos todos -con o sin interés válido- al carro de la violencia.

Y hoy todos nos crispamos, nos insultamos, nos agredimos…y aunque aún no querramos reconocerlo, nos estamos empezando a odiar.

Este será el desafío del tiempo que viene. Reconciliar a los argentinos y convencerlos de la clara ventaja que la unidad representa para lograr el salto de calidad de vida que estamos reclamando.

No va a ser fácil; millones de nosotros dependen de la mano extendida y la orden impartida por expresiones de poder que necesitan de la división para asegurar sus privilegios.

Habrá que generar trabajo en lo inmediato y educación en el tiempo. Tendremos que reivindicar una historia común y verdadera que nos cobije a todos con sus aciertos y sus errores.

Y sobre todo cobijar con leyes de obligatorio cumplimiento y funcionarios con alma de servidores un proceso que será largo y lleno de acechanzas.

La opción es matarnos entre nosotros…y eso está fuera de discusión.¿O no?