Lo que Cristina piensa, lo que Cristina dice, lo que Cristina calla

Por Adrián FreijoTan sorpresivamente como aquella tarde en que comunicó que Alberto sería el candidato, la ex presidente publicó una carta en la que expresa mucho más de lo que dice.

La reaparición pública de la ex presidente -que por cierto compensa con creces esa sensación de ausencia que se le endilgaba durante la larga cuarentena y la aguda crisis económica del último mes- sirvió como un señuelo al que se abalanzaron con igual entusiasmo los fanáticos de uno y otro lado de la grieta que nunca podrán ver ni analizar más allá de su propia nariz.

Pero separadas las aguas del fanatismo, quedan lecturas importantes y profundas a las que hay que entrar dejando colgado en el perchero tras la puerta el prejuicio y la simplificación. Porque lo que transmite la larga misiva pública de Cristina es seguramente uno de los hechos políticos más trascendentes de los últimos tiempos y permite entender la gravedad del momento por el que atraviesa un país al borde del abismo.

La vicepresidente no deja frente sin señalar ni sector sin advertir acerca de cual es su mirada en este momento. Se puede interpretar que lo allí escrito tiene mucho de convicción de que quienes creen apoyarla están empujando al gobierno de Alberto hacia un aislamiento que puede llevarlo al fracaso, llenando el país de gestos y acciones que proyectan una imagen de intolerancia y desprecio por la convivencia que a ella le costó el poder, el escarnio y la grieta.

La vicepresidenta reconoce que entre otras cosas durante su gobierno gran parte de la sociedad –incluidos “no pocos dirigentes del peronismo”– cuestionó sus formas y su falta de diálogo. Y aunque niega que esto haya sido así, es la primera vez que acepta que ello representó una limitación tan fuerte que la obligó a tomar la decisión de consagrar la candidatura de Alberto y construir una alianza con Sergio Massa, a quien ahora ve tomando un protagonismo excesivo y del que sospecha quiere volver a presentarse ante la sociedad como el único capaz de cerrar la etapa de la intemperancia.

Y ese temor se agranda cuando observa el enojo que causan actitudes como las usurpaciones y tomas de tierra y la indefinición de la administración central frente al tema. Cuando habla de «de funcionarios o funcionarias que no funcionan», además de descargar su reconocida tirria por Santiago Cafiero a quien le endilga frivolidad e inacción, dispara al corazón de la encargada del área de Justicia, Marcela Losardo, y también ante quien hasta hace poco aparecía como propia tropa pero en los últimos tiempos ha recibido, hasta ahora en privado, las más ácidas críticas de parte de la ex presidente: la ministro de Seguridad Sabrina Frederic.

A la primera le endilga inacción y pérdida de capacidad negociadora con la justicia -«piensa como docente en un despacho en el que se debe actuar como política» suele quejarse ante los más cercanos- y a Frederic la incapacidad de resolver cualquier conflicto con otro planteo que no sea la inacción y el retiro del estado como gestor de la seguridad. «Esto enoja a la gente y ahí siempre aparece Massa con cara de tener todas las soluciones y nos hace quedar como inútiles o violentos» le dijo en su despacho del Senado a Eduardo Valdés, que mucho tuvo que ver en la decisión de reaparecer por medio de la carta, cuando el legislador fue a transmitirle la molestia «del amigo en Roma» por el creciente protagonismo del tigrense.

Pero es en la situación económica en la que Fernández de Kirchner hace pie para dar el que tal vez sea su paso más importante de la última década: reconocer que de la crisis solo se sale con un acuerdo entre todos los actores de la realidad y poner fin a la era del voluntarismo cambiario -que signó su mandato, el de Macri y ahora el de Alberto- aceptando que «la economía bimonetaria es, sin dudas, el más grave problema que tiene nuestro país”. Algo impensado en la Cristina del cepo, el ninguneo al dólar y las críticas al «abuelito amarrete».

Como ninguno de sus antecesores pone en claro que mientras no resolvamos la cuestión cambiaria no habrá salida económica posible y, ahora sí,  avisa que la solución será imposible “sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”.

Y para que no queden dudas de su convicción invita a la mesa del diálogo a los sectores mediáticos a quienes por primera vez acepta como coprotagonistas de la realidad y no como culpables de todos los males. Impensado apenas ayer…

“El sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno”, argumentó Cristina Kirchner en un párrafo que bien puede ser tomado por los cultores de la teoría destituyente -que siguen sosteniendo que lo que viene es similar a lo ocurrido en los 70 entre Juan Perón y Héctor Cámpora– como un reconocimiento a la necesidad de su presencia formal y definitiva en el despacho principal de Balcarce 50.  Nada más lejano de la realidad…

Con su carta Cristina intenta sostener al presidente en su sitio y a la vez blanquear una certeza generalizada que hasta el momento no había encontrado un sitio concreto por el cual ser canalizada: la alianza de gobierno tiene un líder y ese líder es ella misma.

Que lo entienda Alberto, que lo sepan sus ministros y que también tome nota de ello Sergio Massa. A todos les avisa que tienen un papel institucional que cumplir, que están equivocando el camino y que ella no necesita cargo o despacho para hacer valer su influencia.

“Nunca nos movió el rencor” sostiene utilizando el plural mayestático común a quienes miran la realidad desde un plano superior. E inmediatamente recuerda que por “responsabilidad histórica con el pueblo” decidió armar un frente político con quienes la criticaron durante su gestión, con quienes “prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos” (Massa) y hasta con quienes “escribieron y publicaron libros” en su contra (Vilma Ibarra, mano derecha del actual mandatario). Para que no queden dudas…

Las reacciones de sorpresa y las febriles consultas entre los miembros del gobierno, los empresarios, los sindicalistas y la oposición, sumadas al impacto mediático de la aparición sorpresiva de la misiva, indican a las claras que más allá de cualquier consideración basada en el prejuicio Cristina Fernández de Kirchner sigue ocupando la centralidad de la vida política nacional. Y que cada aparición suya, cuando ella misma se atreve a dejar de lado los clichés y sobreactuaciones a los que es tan afecta, cambiará el escenario nacional en tanto y en cuanto no aparezca un nuevo liderazgo o la sociedad deje de girar -a favor o en contra- en torno a su figura.

Todos deberán ahora modificar sus estrategias para evitar quedar fuera de foco.

El gobierno, más allá de algún retoque en el gabinete, ajustando mucho la acción y buscando unidad de pensamiento. Está avisado públicamente por ella que «no es fácticamente posible que prime la opinión de cualquier otra persona que no sea la del Presidente a la hora de las decisiones”.

La oposición tendrá que recoger el guante de la convocatoria al diálogo -ya aceptado por los empresarios y, con algunas disonancias sorprendentes, por los sectores sindicales- si no quiere que su eterna denuncia acerca de un gobierno cerrado sobre si mismo se termine volviendo en su contra.

Y los propios -ese variopinto universo de jóvenes que estiran su juventud y líderes sociales que pasan sus horas entre combates y refrigerios- abrir la sesera lo suficiente para entender que la lealtad a su líder pasa ahora por moderar, dialogar y buscar acuerdos y no enfrentamientos. 

Porque lo que la carta deja, en definitiva, es -con el estilo a veces chocante de quien la firma- un claro reconocimiento de lo que está ocurriendo, de los errores cometidos por unos y otros y de la necesidad de tirar todos juntos del carro.

Algunos dirán «un triunfo de Cristina líder» y otros contestarán «por fin aceptó que sola no puede». ¿Importa?…solo a los que están parados de uno y otro lado de esta grieta insoportable.

La síntesis la deja la misma ex presidente en el final de su larga exposición: “Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla”.

Punto…