LO QUE HOTESUR, LOS JUECES Y CRISTINA NO PUEDEN PAGAR

Un fallo vergonzoso, tan insustancial como apresurado, que escandaliza a la sociedad argentina y agranda la brecha entre el ciudadano y la justicia. Sin embargo encierra en si mismo una condena que es bueno tener presente.

 

Indigna pero no sorprende, duele pero con un dolor al que ya estamos acostumbrados, humilla pero lo hace de cara a una sociedad que ya vive humillada por su propia debilidad frente al atropello, dispara dudas y temores hacia lo que viene pero no deja de ser la lógica que acompaña a las comunidades que, desde el fondo de su historia, se muestran desaprensivas ante el futuro.

La torpe justificación de la bancarización del dinero proveniente de la explotación de los hoteles de la familia Kirchner no resiste el más mínimo análisis: justamente es el ingreso amañado al sistema bancario el argumento apropiado y necesario para el blanqueo de dinero.

En la misma argumentación exculpatoria está la prueba del delito cometido. Pero ya ni eso importa…

Lo que la sociedad debe observar, siguiendo esa teoría a veces conformista del vaso medio lleno, es todo aquello que ni Cristina, ni los jueces que se prestaron a esta bufonada trágica ni nadie vinculado a aquella operatoria consistente en fingir contrataciones que en realidad nunca se concretaban pero se pagaban como si las plazas hoteleras hubiesen sido utilizada, podrán comprar con todo el dinero que ahora logran legitimar con este fallo vergonzoso: prestigio.

Han dado una demostración más de ese poder ominoso que la clase política suele reservarse para si. El dinero público utilizado como propio, los negocios del estado y la impunidad como telón de fondo son el marco de todo este escándalo, uno más, que seguramente desaparecerá de los titulares periodísticos apenas alumbre otro que convoque la atención de los argentinos.

Pero la ciudadanía ya ha dado su veredicto y los ahora beneficiados por el forzado sobreseimiento deberán convivir el resto de sus días con la mirada sancionatoria de quienes saben que han sido robados y traicionados por quienes debían gobernarlos y quienes estaban destinados a administrar justicia. Porque la impunidad y el poder se adquieren de muchas formas, pero el prestigio se pierde o se logra por la mirada del otro.

Alguna vez conversando con un poderoso empresario marplatense que no entendía el porque de su fama negativa en la sociedad local le dijimos que ello obedecía a que había ocupado todo su tiempo en concentrar poder y no había siquiera intentado hacerse de un poco de prestigio. Su respuesta fue clara demostración de que nada había entendido: «lo importante es que a uno le teman», dijo. Nunca sabrá lo equivocado de su convicción, aunque tal vez más de una vez lo haya sospechado ante el rechazo de la comunidad.

Cuando el fin de los días de quienes creen que el poder y el dinero lo son todo los encuentre y los ponga cara a cara con la verdad, seguramente mirarán para atrás y se encontrarán con sus vidas de pequeños cenáculos  pagos, adhesiones compradas y ficciones financiadas por aquel Dios Dinero en cuyo altar quemaron principios y dignidades.

Y frente a la inevitable realidad de la muerte clamarán por un poco de ese respeto al que prefirieron convertir en temor y ficción reverencial.

Y por fin tomarán nota de la pobreza absoluta en la que vivieron…