A los científicos otra vez los mandaron a lavar los platos

Por Adrián Freijo – A Macri y a los suyos no les gusta que los comparen con las experiencias de los 90; Pero poco hacen a veces para diferenciarse. Lo ocurrido con los científicos preocupa.

Seamos «sencillos como los niños»: por vueltas que se le den y por capciosas que puedan ser las interpretaciones, lo cierto e irrefutable es que el presupuesto para el CONICET es para el año próximo un 30% menos de lo que hasta ahora asignaba el estado a la investigación.

El Jefe de Gabinete Marcos Peña insiste en esa visión eficientista y aritmética de la realidad, demostrando su innata incapacidad para entender procesos políticos profundos, y poniendo en la bolsa a todos los organismos del estado en un triste remedo de aquel funcionario de Martínez de Hoz -el Secretario Zimmerman- que dijo muy suelto de cuerpo que «mientras sea rentable, para un país es  lo mismo producir acero que caramelos».

Más ajustado a las necesidades estratégicas de la nación el ministro de Ciencia y Técnica Lino Barañao destacó que en estos días “se está discutiendo mucho la investigación” y “cuántos investigadores” hay que tener, “pero no se discute tanto para qué queremos los investigadores y para qué sirven”.

Casi un  «ser o no ser…esa es la cuestión» que convierte en un verdadero drama hamletiano este presente de la sociedad argentina.

Cavallo envió a los científicos a lavar los platos, los Kirchner -especialmente Cristina- los potenciaron y utilizaron como una máscara progre para esconder todo lo que se estaban robando, Macri vuelve a tomarlos como «una repartición más» y ajusta su presupuesto a las necesidades de Prat Gay y no a las del futuro del país, indisolublemente ligado a la investigación como ocurre con todos los del mundo que pretenden ser serios.

«Otra vez la burra al trigo» dirá algún científico decepcionado por estas medidas más propias de CEO’s ajustadores que de estadistas serios.

«Nada nuevo bajo el sol», pensamos los que con algunos años de análisis sobre el lomo ya sabemos que todos -progres y neoliberales- son caras distintas de la misma moneda: un país con políticos, sin dirigentes y, sobre todo, sin estadistas.