Cada vez menos turistas eligen la costa para sus vacaciones y ello nos obliga a repensar la ciudad, su futuro y las alianzas entre el estado y los privados.
Un informe del Ministerio de Turismo de la Nación informa que durante este fin de semana largo aproximadamente 800.000 argentinos vacacionaron en los distintos destinos del país.
Sólo un 28% de ellos eligió lugares de la provincia de Buenos Aires y de estos apenas el 60% se inclinaron por localidades marítimas.
Es decir que aproximadamente el 15% del total de viajeros prefirió la frescura del mar a los paisajes serranos, las opciones campestres o el cada vez más demandado sur de nuestro territorio.
Si analizamos los números de los últimos veranos debemos concluir que Mar del Plata es una de las víctimas de esta nueva tendencia –a la que se agrega que aún con cepo y trabas son miles los turistas que viajan al exterior– y ello debería hacer que de una vez por todas nos replanteásemos algunas cosas en las que al menos nos hemos quedado en el tiempo.
En primer lugar aceptar que ya no somos una ciudad turística sino una con turismo, que es algo muy diferente.
La incidencia en el PBI de la actividad sigue siendo importante pero ciertamente declinante. Sólo la caída de las otras actividades que hacen de locomotora del índice –la construcción, la pesca, los servicios y la industria en general- permiten maquillar una realidad que, nos guste o no, ya puede definirse como instalada.
¿Qué deberían hacer las autoridades frente a esto?, ¿desatender el sector turístico?, ¿guiar el grueso de la inversión hacia otro tipo de emprendimientos?.
Lo primero no sería aconsejable, ya que Mar del Plata siempre será una ciudad receptiva del turismo nacional, aunque venga cada vez menos gente y por menos días.
Pero no sería descabellado invertir para potenciar las otras actividades, buscando la consolidación de un polo agro-industrial que se convierta en la gran locomotora del sudeste y en el equilibrio de la balanza productiva de toda la región.
Intentar además ocupar el papel de “gran supermercado” de la costa atlántica, para lo que deberá incentivarse una agresiva política de generación de bienes y servicios que nos permita competir en precio con las grandes cadenas instaladas en el área metropolitana de la ciudad de Buenos Aires que hoy nos han robado esa porción de mercado.
Pero para ello la administración local deberá tener una visión mucho más amplia, abandonar las alianzas estratégicas que desde hace muchos años se mantienen con sectores empresarios que viven tan sólo del turismo y dejar de sostenerlos con el dinero público para apoyarlos, eso sí, pero en el sobreentendido que la inversión y el riesgo –dos elementos que no pueden estar ausentes en la búsqueda del lucro- tienen que correr por cuenta de los privados y no del estado.
Un estado al que la situación social le está explotando en la cara porque las temporadas veraniegas ya no dejan “para vivir todo el año” ni volverán a hacerlos.
Como verá el lector, mucho para pensar, decidir y hacer.
Y una ciudad a la que tendremos que releer en sus objetivos y empujar hacia otros destinos y estrategias.