Mientras muchos piden que vuelva se cumplen 20 años del fin del Servicio Militar

Por medio de un decreto, el entonces presidente Carlos Menem eliminó el servicio militar obligatorio. Ocurrió después de que un asesinato, el del soldado Omar Carrasco, colmara la paciencia ciudadana respecto de un sistema de reclutamiento anticuado y controvertido.

3 de marzo de 1994, Omar Carrasco ingresó al Grupo de Artillería 161 del cuartel de Zapala en la provincia de Neuquén. Era un muchacho tímido, una cualidad no muy valorada en el Ejército. Su conscripción fue breve: duró tres días. En ese lapso ya había recibido golpes y castigos por sus escasas aptitudes para la vida militar. El 6 de marzo fue declarado desertor por las autoridades del cuartel; un mes más tarde apareció su cuerpo en los confines del regimiento. Tenía 19 años.

El asesinato del joven y la posterior cadena de encubrimientos que ocultó su cadáver desencadenaron un debate a nivel nacional sobre la utilidad del servicio militar obligatorio (SMO). Cuestionado a nivel social y político, fue eliminado el 31 de agosto de aquel año, cuando el entonces presidente Carlos Menem firmó el decreto 1.537, el cual dispuso un nuevo régimen para soldados profesionales. Poco después se aprobó la Ley 24.429 de Servicio Militar Voluntario.

Las versiones del crimen

La historia oficial en torno a la muerte del conscripto indicó que aquel domingo 6 de marzo, cuando supuestamente habría desertado, se encontraba castigado y realizaba tareas de limpieza. En un baño exterior al edificio donde estaba asignado, Carrasco fue golpeado por el subteniente Ignacio Canevaro y por los soldados Cristian Suárez y Víctor Salazar. La paliza fue tan intensa que una patada le fracturó una costilla que le perforó un pulmón. Una hora más tarde, Omar moría, y los asesinos escondían su cuerpo.

En 1996, el Tribunal Oral Federal de Neuquén condenó como autor del crimen a Canevaro a 15 años de prisión. Suárez y Salazar recibieron penas de 10 años cada uno. Los conscriptos recuperaron la libertad en 2000; el subteniente lo hizo cuatro años más tarde. Desde el comienzo del caso, los tres declamaron su inocencia.

La sucesión de irregularidades en la investigación judicial, la presencia de agentes de Inteligencia Militar y la imprescindible cadena de encubrimientos para esconder un cadáver durante un mes abonaron la desconfianza sobre aquella historia oficial.

El ex diputado nacional Víctor Peláez se interesó en aquella época por el tema y terminó escribiendo el libro Omar Carrasco: El soldado que hizo historia. Consultado por este diario sobre su posición respecto del caso, Peláez cuenta que creyó en “la inocencia de Salazar desde el mismo momento en que conoció a la familia” del acusado y relata “toda una serie de contradicciones en la historia oficial”.

Para el exlegislador, la lupa debería posarse sobre el teniente coronel Guillermo With, jefe del grupo de Artillería 161 de Zapala. En su visión, es sugestivo que aquel también haya estado sin comunicación e inaccesible la tarde del domingo de la desaparición del conscripto. Dice además que “With no informó la ausencia de Carrasco entre las novedades de la jornada e incluso el militar llegó a falsificar la firma del capitán Correa Belisle, que se encontraba de vacaciones cuando se produjo el crimen”.

Jorge Urien Berri publicó en 1995 el libro El último colimba, con los resultados de sus investigaciones y coberturas que realizó sobre el caso para el diario La Nación. “En materia de irregularidades, las hubo de todo tipo: en las investigaciones del cuartel de Zapala; posteriormente, en la investigación judicial; en el desarrollo del juicio oral que se realizó en el Tribunal Oral de Neuquén y hasta llegar a la Cámara de Casación”, sostiene.

El periodista menciona, por ejemplo, el informe elaborado por el perito de la Policía Alberto Brailovsky. Su peritaje formó parte de la causa iniciada en 1996 para determinar las responsabilidades del encubrimiento del asesinato. Allí, Brailovsky refutó las teorías previas y sostuvo que Carrasco había muerto por un traumatismo de tórax que le generó una hemorragia interna.

Además, Brailovsky afirmó que, tras la golpiza, Carrasco había agonizado entre 48 y 60 horas. En ese período fue atendido en forma clandestina por médicos y enfermeras del hospital del cuartel. Un diagnóstico y tratamientos erróneos lo llevaron a la muerte. Incluso afirma que el carné de vacunación fue sellado luego del 6 de marzo, fecha en la que supuestamente habría muerto tras la paliza de Canevaro, Salazar y Suárez. Curiosamente, las conclusiones del perito fueron desestimadas y en 2005 todos los acusados por el encubrimiento fueron sobreseídos porque la causa prescribió.

Las dudas sobre el accionar judicial aumentaron. La conducción vertical de una unidad militar tornaba imposible que un cadáver permaneciera oculto en su interior durante un mes sin contar con la cooperación de oficiales. Las responsabilidades no podían reducirse a un subteniente, un sargento y dos soldados rasos.

La muerte viste uniforme

En Argentina, la instauración del SMO comenzó en 1901. El ministro de Guerra de la época, Pablo Riccheri, propuso una modernización del Ejército que incluía la proscripción obligatoria para todos los hombres argentinos entre 21 y 40 años. Originalmente, la idea era proveer de tropas al Ejército que empezaba a transformarse. Pero más allá de las necesidades estrictamente militares, el SMO fue ideado también como un instrumento de integración social y cultural de la sociedad argentina para hijos de inmigrantes y hombres provenientes del ámbito rural.

Esa primera concepción se fue modificando con el paso del tiempo. Las prácticas ejercidas con los soldados desvirtuaron el sentido original del sistema que terminó convertido, en buena medida, en mano de obra gratuita al servicio de los oficiales.

El acrónimo “colimba”, palabra con la que se denomina a los conscriptos, deriva de las tres actividades básicas de un recluta: correr, limpiar, bailar. El “baile” en la jerga militar consiste en ejercitación física intensa y constante que resulta útil para tiempos de guerra; en tiempos de paz es un modo de castigar y disciplinar soldados. Los abusos de autoridad esporádicos se convirtieron en medidas habituales.

“Las muertes de soldados en las milicias no son frecuentes, pero tampoco son tan infrecuentes como uno podría pensar”, afirma el exdiputado Peláez. Carrasco no era el primer conscripto que perdía su vida dentro de un cuartel, pero sí sería el último.

Urien Berri cuenta que el general Martín Balza, por entonces jefe del Ejército, visitó Zapala durante aquellos agitados días posteriores a la aparición del cadáver. Al mismo tiempo, “aparecieron padres de colimbas que denunciaban casos similares de palizas dentro de los cuarteles”.

De hecho, el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio (Fosmo), un organismo que luchaba para que se exceptuara del SMO a los objetores de conciencia (aquellos que tuvieran alguna incompatibilidad ética o religiosa con la guerra y el uso de armas), había registrado cerca de 87 muertes dudosas en áreas castrenses. El homicidio del soldado abandonaba las páginas policiales y se convertía en un problema político. Para cortarlo de raíz, Menem le dijo adiós a la colimba.

Urien Berri recuerda una entrevista que le realizó al entonces ministro de Defensa, Oscar Camilión. “Decía que la deserción anual rondaba entre el 25 y el 30 por ciento de los potenciales conscriptos, jóvenes que debían presentarse a la revisación médica y directamente omitían el llamado. Camilión aceptaba que la medida tomada por Menem obedecía a las repercusiones del caso Carrasco, pero en paralelo sostenía que el SMO ya estaba en franca agonía”.

Algunas cifras respaldan esa decadencia. Según datos oficiales, tras la dictadura y la Guerra de Malvinas, en 1983 se habían incorporado 73 mil soldados; en 1994, apenas 13 mil. La reducción fue abrupta: el último año obligatorio la tropa representaba menos del 20 por ciento de los conscriptos una década atrás.

A principios de los ’90, cortes de pelo sin criterio y rapadas inconclusas se repetían entre los alumnos que terminaban la escuela secundaria. Los sorteos para la colimba eran transmitidos por radio. Los que se salvaban del SMO, tijera en mano, se ensañaban con los menos afortunados. Ese momento lúdico frente al colegio presagiaba el final de una etapa.

También incluía cierta desazón. La conscripción ya no era vista como una instrucción varonil que recibía niños y devolvía hombres. Por el contrario, se la asociaba con la idea de año perdido para estudiar o trabajar.

Desde que se instrumentó el servicio militar voluntario hasta la actualidad, la cantidad de soldados oscila entre un piso de 13 mil y un techo de 19 mil efectivos. De los 17 mil reclutas que prestan servicios en 2014, 2.800 son mujeres.

Aunque representa un trabajo rentado que otorga cierta estabilidad, el salario no es atractivo. Consultada por este medio, el área de prensa del Ejército indicó que el sueldo promedio de un soldado voluntario es de 4.891 pesos. El gasto en haberes para ese personal representa el 32 por ciento del gasto total del personal militar y civil del Ejército.

Mientras las Fuerzas Armadas transitan una etapa relativamente nueva, mixta y profesional, con realidades y roles diferentes; el colimba más nombrado de toda su historia todavía aguarda algún tipo de reconocimiento institucional. Por ahora su nombre ocupa apenas 300 metros de una callecita de tierra detrás del cementerio de su Cutral Co natal.