NO SOMOS HÉROES

En medio de recuerdos y homenajes, traspasados por encendidos discursos y emociones, sería buenos que la sociedad argentina no olvidase su responsabilidad en el destrato sufrido por nuestros combatientes.

 

Apenas habían pasado algunas semanas de la caída de Puerto Argentino y ya nadie hablaba de la guerra, de sus consecuencias y mucho menos de las víctimas directas de tanta locura.

Los combatientes de Malvinas regresaban al continente, escondidos y casi encarcelados, mientras la dirigencia ya se preparaba para el asalto al poder a través del retorno de la democracia, los militares buscaban camuflar sus crímenes con una ley de auto amnistía y el resto de la sociedad parecía preferir olvidar la imagen obscena de un pueblo festejando la guerra -y los triunfos que la propaganda militar le hacía creer que se estaban consiguiendo-  como si se tratase de un partido de fútbol.

Todo era susceptible de ser barrido debajo de la alfombra y todos nos conformábamos con tener, como siempre, un culpable encarnado en la figura de Leopoldo Fortunato Galtieri y un pretexto nacido en el eje del mal que integraban Margaret Tatcher y su alianza con los Estados Unidos.

No fuimos héroes...no hicimos nada para contener a miles de chicos que llegaban estragados por imágenes y dolores que los acompañarán durante el resto de su vida.

Tuvieron que pasar muchos años para que comenzásemos -primero tibiamente y luego con esa pasión del converso que suele marcar a una sociedad inmadura y de escasos valores incorporados- a reivindicar el esfuerzo sobrehumano de aquellos que, hasta horas antes del 2 de abril de 1982, eran tan solo chicos que soñaban, trabajaba, estudiaban o tan solo miraban la vida y sus pesares como algo muy lejano en sus futuros personales.

Valga entonces este reconocimiento, este respeto y este acompañamiento de hoy. Porque es justo y porque no hay nación de la tierra que no honre a quienes dan su sangre y su vida en defensa de eso que llamamos patria y no es otra cosa que el sentimiento común, en la tierra común y en el común de la vida de una sociedad que resolvió en tiempo y espacio la vocación gregaria del hombre.

Pero no sobreactuemos…todos fuimos responsables del olvido y todos fuimos cómplices del ocultamiento.

Todos nos enfrascamos en nuestras cosas y nunca más preguntamos,, hasta que la fuerza de los hechos y el trabajo incansable de quienes volvieron de las islas y sus familias nos puso frente a los ojos una realidad que debía avergonzarnos como personas y ciudadanos: había pasado una guerra, había víctimas y consecuencias y había un abandono social que nos calificaba y nos demandaba a cada paso.

Solo entonces comenzamos a entender que reconocer a nuestros soldados, honrar nuestros muertos y aceptar la historia tal cual fue se convertiría en un ejercicio de sanación sin el que la república, la democracia y el contenido moral de la Argentina sería solo una impostura.

No somos héroes, aunque la esperanza nace de saber que -al menos por una vez- la vocación argentina por aferrarse a relatos y justificaciones no logró ser más fuerte que la verdadera historia.

Ahora si…continuemos los actos y homenajes como si nada de todo ello hubiese pasado jamás.