PARA SALIR DISTINTOS SOBRAN ALGUNOS

Internas en el gobierno, funcionarios de todos los niveles que fijan presencia desde las redes mientras se esconden en sus casa y la evidencia de un estado inútil e incapaz de servir a la gente. ¿Qué haremos con todo esto?.

Si nos centramos en discutir las decisiones y actitudes del presidente Alberto Fernández estaríamos repitiendo los tips de la cultura política argentina desde Rosas, Urquiza, Mitre, Sarmiento, Roca, Irigoyen, Perón, Alfonsín, Menem y todos los que los siguieron en el ejercicio de la primera magistratura del país. ¿Qué más hace falta para que entendamos que la Argentina necesita un sistema y un estado que esté por encima de las personas?, ¿cuándo comprenderemos que el presidencialismo pone a 40 millones de personas a expensas de las decisiones, aciertos y errores de una sola?.

¿Si este sistema democrático -escuálido, corrupto, ineficiente y armado para beneficio de una élite deseosa de servirse de los demás- termina demostrando su incapacidad visceral para aportar las soluciones que esta sociedad reclama a gritos iremos por un nuevo Onganía?. ¿Sacaremos banderas a los balcones para dar la bienvenida a la llegada de otro Videla?; ¿o volveremos a la plaza a vivar a un nuevo Galtieri que nos sumerja en una guerra absurda que sirva para disparar nuestro chauvinismo y olvidar por un instante el agobio de un país fracasado?.

La opción es estrecha y cerrada: o sobran los chantas o sobramos todos.

La Argentina es un país poblado por «seguidores» que cuando se quedó sin lógica ni respuesta se habitó de «grieteros». Y no es de ahora, siempre fue así desde los albores de nuestra independencia. Sólo que en este tiempo la cosa se agrava porque ya  no podemos hacer otra cosa que destruir a quien no piensa como nosotros para no asumir nuestra cuota-culpa de una sociedad que se cae a pedazos, expulsa a nuestros hijos de la misma manera que las hambrunas y guerras españolas o el naciente fascismo con sus delirios lo hicieron con nuestros abuelos para lanzarlos sobre un país que se esforzaron por hacer distinto.

Si el residuo cultural de esta pandemia -que nos despertó con partes de muerte, que dejó a miles de nosotros aislados y solos por el mundo, que nos encerró en nuestras casa y nos obligó a mirar al otro como un potencial portador de nuestra propia muerte, que segmentó al mundo en sanos y enfermos, responsables e inescrupulosos y, con más  acento que nunca, en ricos capaces de aguantar el cimbronazo y pobres que debían elegir entre cuidarse y comer- no es para los argentinos el envión necesario para comprender la necesidad de cambiar los parámetros y ponernos a trabajar en la construcción de un sistema institucional que nos ponga a salvo de los errores individuales, no habrá servido para nada tanto sufrimiento.

Sin pretenderlo responsable de todo lo que pasa, el ejemplo del Ministro de Salud Ginés Gonzáles García debe servirnos como ejemplo de lo que aquí afirmamos: «no hay ninguna posibilidad de que el coronavirus exista en la Argentina, China está muy lejos» sostuvo el 22 de enero para pasar al «hoy el mundo toma de ejemplo a la Argentina» que sin ponerse colorado lanzó el 25 de marzo, cuando los contagios pasaban los mil casos y ya había una treintena de muertos.

 “No lo cambio ni loco. Ginés es el mejor ministro que puede tener Argentina. Es el que más sabe de salud pública” aseguró el presidente sin siquiera ponerse colorado.

Mientras este paso de tragicomedia ocurría el ministro siguió cobrando su sueldo, pretendiendo que quienes lo cuestionaban eran malos…y la gente seguía infectándose y muriéndose.

¿Que hubiese pasado si en vez de «un ministro de lujo» la Argentina hubiese tenido un sistema de salud y de gobierno profesionalizado, estable y capaz de detectar lo que se venía y desarrollar planes de contingencia?.

¿Y si el jefe de estado estuviese rodeado de un equipo capaz de prevenir que así como se había planificado el cobro de jubilaciones y planes el desbande sería de la magnitud catastrófica que todos pudimos observar?. ¿Alcanza con las correcciones operadas en las horas siguientes?, ¿cuánto corrió el contagio en las horas de locura de las que todos fuimos alarmados testigos?.

Esta ola de personalismos extravagantes que se ha desatado en el mundo y que tiene a Donald Trump o Jair Bolsonaro como paradigmas, no es distinta a los caudillajes latinoamericanos que arrastran a Ecuador al desastre, a Venezuela al suicidio masivo o a Cuba al silencio sospechoso que de ninguna manera podrá esconder ni este ni ningún drama. Se murió la era de los líderes salvadores; el mundo ya no resiste vivir a expensas de los aciertos o errores de unos pocos «iluminados».

Si hasta el propio Henry Kissinger, viejo zorro en eso de leer el mundo aunque muchas veces sus conclusiones no nos gusten, dice por estas horas que “cuando termine la pandemia, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado. La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer”.

En la era de la internet ya no queda espacio para los engaños masivos y la opción ya se ha convertido en cuestión de supervivencia: estados modernos, profesionales y sistémicos o subdesarrollo -económico o cultural- y muerte.

El riesgo es pagar un precio mayor a los delirios de Stalin, Hitler, Atila, Milosevic, Videla, Pinochet, Castro, Franco, Mussolini. Ceaușescu, Papa «Doc», Anastasio Somoza, Stroessner o tantos otros que en nombre de «el bienestar del pueblo» o «las necesidades de la patria» dejaron tras de sí un reguero de sangre, muerte y esclavitud.

Salidos de la emergencia es necesario que entremos en la verdadera modernidad.

Y ella se va a construir sobre sistemas y no sobre personas…