Uno de los más grandes éxitos cinematográficos de las últimas décadas dejó tras de si una estela de pobreza y frustraciones para muchos de los que lo interpretaron.
No sería extraño suponer que el éxito abrumador de la película Ciudad de Dios, que en 2002 atrajo a más de tres millones de espectadores solo en Brasil y recogió cuatro nominaciones (sin premio) para los Óscar, fuera un punto de inflexión en la vida de sus actores.
Cerca de 200 habitantes de favelas cariocas, pobres, en su mayoría negros, y que nunca antes habían trabajado en el cine, vieron cómo se les presentaba un mundo de posibilidades cuando fueron seleccionados para participar en este filme –que contaba la evolución del crimen organizado en la favela homónima y enseñaba el día a día de sus habitantes, entre tiroteos y esperanzas de un futuro mejor–. Pero en Brasil, tierra de mezcla racial y desigualdad social, el destino no aparece de la misma manera a todos.
El documental Ciudad de Dios: 10 años después, que acaba de estrenarse en España, muestra que, tras la fama que conocieron de la noche a la mañana, la vida de estos jóvenes ha viajado en múltiples direcciones, desde Hollywood hasta la delincuencia.
Luciano Vidigal, de 34 años, que trabajó en la selección del reparto de Ciudad de Dios, se dio cuenta de que, tras la película, muchos de los actores querían seguir con esa carrera pero encontraban dificultades.
Así que Vidigal –que se apellida como la favela en la que creció y que también es actor–, y Cavi Borges, productor de cine, decidieron juntarse para realizar un documental que enseñara el rumbo que había tomado la vida de esos hombres y mujeres y, paralelamente, el Brasil de 10 años después. Tras haber recibido premios en festivales brasileños, el largometraje ha pasado por Alemania, Francia, Estados Unidos y Argentina, y ahora aterriza en Madrid, dentro de la muestra Novocine.
El caso más extremo quizá sea el de Rubens Sabino da Silva, hoy de 30 años, que en la película interpretó al narcotraficante Negrito. En 2003, un año después del estreno de Ciudad de Dios, fue arrestado por robar el bolso de una mujer en un autobús de Río de Janeiro. “Me preguntaban: ‘Tú, el tipo de Ciudad de Dios, ¿estás preso por qué?’ Estoy preso porque estoy ahí dando batalla, no he ganado mucho dinero con la película. ¿De qué sirve haber participado en una producción conocida mundialmente y estar sin un centavo?”, lamenta Rubinho en el documental.
La falta de dinero es la principal queja de los actores, como revelan sus testimonios en el largometraje. Los que representaron papeles principales cobraron un sueldo de cerca de 10.000 reales (3.836 dólares; 3.074 euros), y los de reparto, de 2.000 a 5.000 reales (de 767 a 1.918 dólares; de 615 a 1.535 euros). “Ellos no conocían el mercado de trabajo, no sabían que el actor no recibe un porcentaje de la taquilla. Vieron el éxito que tenía la película y no entendían por qué [el director] Fernando Meirelles, que siempre ha sido rico, se hacía más rico, y ellos seguían pobres”, cuenta Vidigal.
Fortuna muy distinta han tenido Seu Jorge y Alice Braga, que aprovecharon la película como un trampolín hacia el éxito. Seu Jorge, que representó el personaje de Mané Gallina, ha participado en producciones internacionales – entre ellas The life aquatic with Steve Zissou, en la que actuó y compuso la banda sonora – y es uno de los músicos más famosos de Brasil. Braga, que interpretó el papel de Angélica, alcanzó prestigio en Estados Unidos como la protagonista de Soy Leyenda, al lado de Will Smith.
Otros actores, sobre todo los que ya participaban en proyectos socioculturales en las favelas – como el Nós do Morro, un grupo que ofrece formación técnica teatral para los vecinos de la favela de Vidigal –, siguen actuando, aunque sin volver a gozar de la misma fama que lograron con Ciudad de Dios.
Es el caso de Leandro Firmino, de 36 años, que interpretó al temido jefe del cartel Zé Pequeño. “Trabajar como actor era improbable para un negro nacido en la favela como yo, eso era algo para los burgueses de la Zona Sur [la más turística de Río]”, cuenta Firmino en el documental, mientras pasea y reparte saludos por la Ciudad de Dios, donde vive.
“El mercado audiovisual en Brasil es muy racista. Las grandes producciones, sobre todo en la televisión, buscan perfiles muy americanizados: blancos, rubios y de ojos azules”, explica Vidigal. Para el director, esta es la primera dificultad con la que se topan los actores negros en Brasil. A los personajes de Ciudad de Dios, además, les perjudicó la falta de disciplina y visión comercial: “No es suficiente tener talento, tienes que tener mucha vocación, y muchos de ellos no tenían esa vocación de buscarse la vida, de venderse como actor. Otros fueros más listos y tuvieron más suerte”.
Ciudad de Dios también tuvo impacto en las favelas de Río de Janeiro. Si por un lado la película exportó una faceta más cruda de Brasil, por otro atrajo a turistas y a gente que impulsó proyectos sociales y ONG en esas comunidades. El crecimiento de la última década y la política de pacificación del Gobierno del Estado de Río, que instaló unidades de policía comunitarias para combatir el narcotráfico en algunas favelas – como la Ciudad de Dios y el Vidigal –, sobre todo en las zonas turísticas de la ciudad, provocaron una disminución de la violencia y un salto económico. Luciano Vidigal explica que, sin embargo, apenas ha habido avances en materia de saneamiento, empleo y educación, y que el crecimiento provocó un aumento de los precios de las viviendas, atrajo a la clase media y obligó a los más pobres a mudarse a zonas más alejadas.
Luciano Vidigal, que ha conocido la historia de Rubinho de cerca, cuenta que éste siempre fue “autodestructivo” y drogadicto, y que varios artistas brasileños le ofrecieron ayuda pero él no la supo aprovechar. Jefechander Suplino, que representó el papel de Alicate, uno de los ladrones del llamado Trío Ternura, tuvo un destino similar. Los productores intentaron encontrarle para participar en el documental y descubrieron que Suplino, que estuvo involucrado en el narcotráfico, lleva años desaparecido y se teme que esté muerto.
De todas las historias, sin embargo, la que más le sorprendió a Vidigal fue la de Renato de Souza, que interpretó a Marreco, otro de los ladrones del Trío Ternura. “Me quedé en shock cuando le vi tan mal, queriendo actuar y al mismo tiempo físicamente destruido”, dice el director, que le encontró trabajando en un taller mecánico y sin un diente. En el documental, el propio Souza admite que se deslumbró con la fama, gastó todo su dinero y no tuvo la fuerza de voluntad necesaria para seguir buscándose la vida como actor: “No estaba preparado para aquel mundo y me acomodé”. Se muestra resignado con su suerte, pero sonríe y conserva una esperanza: “Sé que lo volveré a conseguir. Me gustó actuar, y el día en que tenga otra oportunidad, intentaré dar lo mejor de mí, porque sabe bien no ser yo mismo”.