Peligroso cambio de clima en una Argentina inmanejable

Por Adrián FreijoMientras en los lugares de decisión ya se habla sin disimulo de un posible juicio político al presidente, el gobierno da señales de salir a quemar las naves sin medir las consecuencias.

Las últimas horas marcaron un cambio de clima en el país que ha acelerado la ya de por si evidente crisis política disparada tras la derrota del oficialismo en las PASO y las muy malas perspectivas que el gobierno observa de cara a las elecciones generales.

La virtual intervención del gobierno, cierto destrato interno a la figura de Alberto Fernández y el creciente aislamiento del presidente frente a un gabinete que está más atento a las indicaciones de la vice que a lo que pueda proponer su jefe formal, suponen un in crescendo de las internas, la desorientación y lo que ya algunos hombres del poder no dudan en llamar una crisis posiblemente terminal.

Ya hoy nadie habla con sordina de la posibilidad de avanzar hacia un juicio político al primer mandatario tras los comicios, si es que una nueva debacle deja al gobierno vacío de poder real. Aunque nadie oculta que la jugada deberá alcanzar a La Cámpora y a la propia Cristin Fernández de Kirchner a quienes la nueva entente del poder peronista quieren llevar a su mínima expresión.

El avance de este sector sobre el gabinete -el nombramiento de Roberto Feletti y el retorno de la vieja y fracasada política de «inflación 0» a partir de congelamientos que solo han servido para generar inflación contenida y desabastecimiento- ponen en cuadro el nivel de enfrentamiento que hoy existe en el Frente de Todos y que, ahora si, apunta al corazón mismo del modelo.

Los gobernadores, la gran mayoría de los intendentes del conurbano y la CGT, esa nueva entente de la que hablábamos más arriba, se recuestan discursivamente en el presidente pero al mismo tiempo fortalecen a Juan Manzur como el nuevo conductor de hecho y se reúnen sigilosamente con la oposición -muy especialmente con los sectores de Juntos que responden al jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta– para avanzar en la posibilidad de un gran acuerdo nacional que no desecha para nada el nacimiento de una nueva etapa tras la resolución de la crisis institucional que todos suponen sobrevendrá no más allá de diciembre.

Y para completar el complejo panorama, en las últimas horas surgió la versión de que el propio Alberto estaría expresando un profundo cansancio por la crisis recurrente que acompañó su gobierno y habría expresado a sus más cercanos la intención de «volver a mi casa y a mi gente». El hombre sabe que las balas de la traición le están picando muy cerca…

La economía argentina cruje, el acuerdo con el FMI se aleja a pasos agigantados, Cristina y su gente endurecen una posición contra natura de la realidad, el presidente no deja de equivocar cada mensaje y le suma a ello una inocultable inseguridad cuando se trata de retomar las riendas de su propio gobierno y los empresarios comienzan a programar un rechazo activo a las medidas que pretende implementar el nuevo responsable de Comercio. Un cóctel difícil de consumir y mucho menos útil para brindar por algo…

La reciente intervención del Papa Francisco al afirmar en un Coloquio de Idea más crítico que nunca que  «no se puede vivir de subsidios», suena a frutilla del postre para un debate al que el gobierno llegó mal y tarde y que tiene que ver con la creación de empleo genuino. Y aunque al pontífice argentino no le guste, su posición coincide con la del FMI que pone como condición para un acuerdo la presentación por parte de nuestro país de un plan que contenga «disminución del gasto público y generación de empleo privado genuino».

Uno sostiene desde lo espiritual lo mismo que el otro desde lo económico y financiero: el estado argentino está estallado y enredado en la maraña que él mismo creó y que lo desangra día a día para cubrir planes, subsidios, empleo parasitario y desvalorización de la moneda por la demencial emisión.

Los argentino aprendimos dolorosamente en 2001 que siempre se puede volver de una crisis. Pero también que ese camino sin un liderazgo real o consensuado por las grandes mayorías se convierte en intransitable. Por ello a nadie asustan las versiones de cambio de nombres, aún en el más alto escalón institucional de la república.

Ahora lo que importa es lo que vamos a hacer y no quien estará encargado de ello.

Aunque ya no se oculte que habrá cambio de protagonismo en el corto plazo.