¿QUIÉN SOY?, ¿DÓNDE ESTOY?

El presidente es tironeado por izquierda y por derecha y termina dando una imagen de dependencia e inestabilidad que puede condicionar su mandato. La necesidad de tomar el centro de la escena.

 

Alberto Fernández no es siquiera consultado por su embajador ante la OEA Carlos Raimundi cuando éste resuelve sostener una postura contraria a la mayoría del organismo en el caso de las violaciones a los derechos humanos de Venezuela.

Tras ello, y sin que medien las sanciones de estilo para un diplomático que compromete con opiniones personales la postura del país que representa, desde Casa Rosada se anuncia que Argentina acompañará la declaración de denuncia que el informe Bachelet propone y, entre los países miembros, se vive un clima de sorpresa y desagrado por estas idas y vueltas tan comunes cuando de la errática política exterior nacional se trata.

Inmediatamente «trasciende de fuentes cercanas la Instituto Patria» que la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner no está de acuerdo con la posición asumida por el gobierno y comienzan las operaciones, no casualmente delegadas en figuras de segundo orden, para someter al presidente a un peligroso desgaste y de paso ponerle techo político a su figura.

Y así es Luis D’Elía quien sale a decir públicamente que “si hoy hay un llamado telefónico de Maduro y Alberto, seguramente atrás están las manos de Cristina Fernández de Kirchner y de Cuba, esa Cuba revolucionaria que ilumina el continente. Algo conozco de estos temas…”.

Y tras cartón, en una carta que se hace pública desde el mismo Patria, Alicia Castro se dirige al jefe de estado afirmando que “quiero presentar mi renuncia como embajadora porque no estoy de acuerdo con la actual política de Relaciones Exteriores”, omitiendo que en realidad nunca fue formalmente designada en el destino designado, Rusia, ya que el Senado no se abocó al tratamiento de su pliego. Claro que, pese a estar renunciando a la nada, la jugada de marcar distancia entre el kirchnerismo y Alberto queda lograda.

Se anuncia para las próximas horas una conversación telefónica entre el presidente y Nicolás Maduro. Una humillación tan impuesta como innecesaria que marcará el insólito hito de un mandatario rindiendo cuentas a un par acerca de las decisiones de política exterior de su país. Y una evidente sensación de impotencia e imposición externa de la jugada.

Mientras tanto los empresarios lo empujan a jugar en el terreno de sus conveniencias y el mercado le regala cada día una gota de acíbar en forma de crisis cambiaria. Una constante presión estereofónica.

No es la primera vez que se busca desairar las decisiones presidenciales -el caso Vicentín es un caso emblemático y el intento de diálogo político con Horacio Rodríguez Larreta, bombardeado por las figuras más cercanas a la ex presidente no le va en zaga- y la figura de Alberto Fernández, por errores propios e imposiciones ajenas, sigue sufriendo un importante deterioro ante la opinión pública.

Ya es bastante con que se sepa que su Ministro de Economía responde y rinde cuentas a la vicepresidente, que la política del gobierno en su relación con la justicia no se resuelve en la Casa Rosada, que el Senado de la república se ha convertido en un poder autárquico que pretende ser un gobierno paralelo y que todos los organismos de recaudación del estado han quedado en manos que no son las suyas ni en los que haya podido colocar funcionarios de su confianza. Alberto no maneja los resortes fundamentales de la administración y ello es voluntariamente expuesto desde el kirchnerismo.

¿Hay detrás de los esfuerzos por desgastarlo alguna intención desestabilizadora?; y de ser así, ¿nace el intento desde la propia ex presidente o tan solo se trata de espasmos de fanatismo de algunos personajes prostibularios que se mueven en su cercanía?. Tal vez sea aún temprano para saberlo.

Lo que sí está claro es que el presidente debe tomar rápidamente el centro de la escena, retomar el timón de su gobierno y dar a la población señales coherentes de poder e independencia. Evitar este desgaste permanente que lo muestra a expensas de cualquier maniobra política de personajes secundarios y siempre bajo la espada de Damócles de un eventual desplazamiento formal del poder.

Mientras avanzan el deterioro económico, el aislamiento del país, el fantasma de la inflación y el del conflicto de poderes, la Argentina necesita un presidente que de claras señales de estar en posición de cumplir su mandato y hacerlo con las formas y el fondo que la sociedad le reclama: lejos de la grieta, con inteligencia y afirmado en su investidura.

Algo que hoy no parece estar muy claro.