SEGUNDOS AFUERA

El kirchnerismo no está acostumbrado a vivir mirándose hacia adentro, desconfiando de los propios y explicando lo que imagina fuera de agenda. Y en pocas horas su amor al propio relato quedó demolido y lo dejó expuesto.

 

La Argentina es, según la Cepal, el país latinoamericano que más pobreza generó en el año 2020; es, según la OCDE, el único que necesitará más de 5 años para recuperarse; y es, según el Fondo, el que menos va a crecer en los próximos dos años, en comparación con otros 30 de economías de similar volumen.

Pero es también un país en el que la protesta social adquiere hoy una dimensión desconocida, que no conoce una sola jornada sin marchas y cortes y que ya no puede contener a las organizaciones ni a sus dirigentes que esconden detrás de se reclamo de «trabajo por planes» la impotencia creciente que los gerentes de la pobreza comienzan a mostrar frente a millones de argentinos -a los que despectivamente se les llama «planeros»– que ya están hartos de recibir exiguos subsidios que para nada les alcanzan y que sin embargo los obliga a someterse a la disciplina de hierro de sus jefes que los amenazan sin disimulo alguno con quitarles el magro beneficio si no se prestan a participar de marchas y protestas que la mayoría de las veces ni siquiera entienden.

Datos de una economía y una realidad social que convierte en grosera ironía la pretensión de estar bajo la órbita de un gobierno peronista…

Y así aparecen las peleas, las acusaciones cruzadas, los enojos y humillaciones que llegan a poner en ridículo al propio mandatario y también las filtraciones y versiones surgidas desde el poder mismo y que en las últimas semanas llegan a niveles parecidos a otros «sálvese quien pueda» que bien se recuerdan en la política argentina  más reciente.

Y gobernar se vuelve imposible.

No basta con «poner orden donde lo tengas que poner», como maternalmente le recomendó en público Cristina a su representante en Balcarce 50, y ni siquiera con el dardo envenenado que con singular crueldad y justeza lanzó Máximo Kirchner al gobierno cuando afirmó que “la obsesión por el equilibrio político se fagocita la gestión”. Un opositor no podría haber ninguneado mejor la acción de gobierno de Alberto ni colocar al presidente el sayo de inutilidad con mayor justeza.

En vísperas de un proceso electoral en el que el relato pensado por los arquitectos de la campaña oficial termina mezclado en el barro de los escándalos de alcoba y en el caos callejero de las hoy incontrolables organizaciones sociales, ni siquiera alcanza el lamentarse por dos errores estructurales cuyas consecuencias hoy se pagan en credibilidad y tal vez mañana en votos: nominar como presidente a a un operador político mediocre, sin envergadura ni vuelo propio y creer que entregando a los líderes piqueteros verdaderas patentes de corso para abusar de sus propios soldaditos.

Un marco insuficiente para la pretensión de avanzar alegremente hacia la victoria con el cómodo y único expediente de culpar a Mauricio Macri de todos los males existentes en la Argentina. Lo que será cada vez más difícil si los números de la economía y los indicadores sociales siguen sin encontrar un piso para iniciar su rebote.

Así lo que se pretendía un espectáculo de nado sincronizado para que todos bailasen al compás de la música emanada desde el Instituto Patria se convierte en un sanguinario combate de boxeo en el que ya se escuchó con claridad el clásico «¡¡¡segundos afuera!!!.

Y nadie sabe a ciencia cierta a quien pegar y de quien cuidarse.