Sermón de la Montaña: Mestre deberá escalarla por lo más escarpado

Por Adrián FreijoEl nuevo Obispo de Mar del Plata tiene por delante un desafío gigantesco: devolver a la gente las ganas de ser parte de una Iglesia golpeada y desprestigiada. ¿Y porqué no?.

La tarea no será fácil; la Iglesia Católica pasa por un momento complicado en el que la necesidad de limpiar la casa de malos ejemplos ha echado luz sobre demasiadas perversiones y a marcado su puerta con la señal de la desconfianza.

Además, y como no podía ser de otra manera, este tropezón histórico ha sido utilizado inteligentemente por sus enemigos  -a veces declarados pero muchas más ocultos- para machacar sobre la imagen de sus claudicaciones e instalar la idea de una institución corrupta, prostituída y llena de zonas oscuras. Una forma perversa de sacar del debate la cuestión de fondo que no es otra cosa que la fe.

Mar del Plata tuvo su primavera religiosa en los inolvidables años de Eduardo Pironio al frente de la diócesis. Los muchos miles de marplatenses, no todos fieles, que fueron a despedirlo cuando su traslado a Roma, eran la expresión física de una comunión entre el pastor y las ovejas que nunca volvió a repetirse.

Tal vez por el fuerte compromiso social de Pironio, una Iglesia Argentina conservadora -y por aquellos años peligrosamente cercana a las zonas más oscuras de la Patria- prefirió enviar a nuestra ciudad a obispos moderados que, aún siendo buenas personas y plenas de compromiso religioso, prefirieron caminar por el camino de un liturgismo que se alejaba de las necesidades del hombre real.

Si hasta Mons. José María Arancedo, hoy una clara voz frente a los problemas sociales desde su cargo de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, pasó por estas tierras en una gestión que nunca llegó a comprometerse con los ya crecientes problemas de pobreza, exclusión, desempleo, drogadicción y sobre todo escepticismo. No por temor, pero si seguramente por preservar un posicionamiento político dentro de la Iglesia que finalmente lo llevó al rol protagónico que hoy ejerce.

Mar del Plata necesita un pastor presente, activo en la sencillez y valiente en el ejemplo de la fe. Un guía que se embarre en los problemas de su gente y que ponga sobre la mesa el valor del compromiso cristiano frente al que sufre. Un hombre de fe; pero de fe en acción.

Alguien capaz de repetir aquella experiencia maravillosa del tiempo de Pironio en el que, ante dificultades distintas pero de ninguna manera menores a las actuales, los jóvenes disfrutaban involucrarse en las parroquias, en los barrios, junto a los necesitados.

Aquellos que eran estigmatizados por su pensamiento, hoy lo son nuevamente por sus costumbres; y así como entonces se señalaba a la Iglesia como promotora de «desviaciones ideológicas» hoy se la mira como protectora de costumbres abyectas que escandalizan a la sociedad. Muchas veces negándose a reconocer que el olor putrefacto llega a nosotros por la inconmovible decisión de Roma de abrir las ventanas para que entre el aire fresco mientras por ellas se tira a la calle todo lo sucio que pudiese estar adentro.

Gabriel Mestre es nacido acá, nos conoce y conoce a la ciudad; nadie deberá deslizar en sus oídos los problemas que nos aquejan. Eso es una ventaja pero supone a la vez un fuerte compromiso. No hay tiempo de adaptación; no es necesario ni sería creíble.

Si pone manos a la obra, se sumerge en las necesidades del hombre y la mujer comunes, asume lo escarpado del terreno que debe escalar para llegar a recuperar la confianza en la institución que aquí conduce y entiende que la desesperanza general es un grito pidiendo cercanía y ayuda, podrá subir a la montaña para dejar su mensaje y plantar su huella en el corazón del pueblo de Mar del Plata y Batán.

Y se sorprenderá en Dios de la respuesta que va a recibir.