Ocurrió hace un año con Nisman y vuelve ahora con la fuga de los autores de la matanza de General Rodríguez. Pero pasa siempre; Argentina parece condenada a vivir entre señales negativas.
Todo queda siempre en la nebulosa y la gente camina entre dudas, sospechas y certezas de que «hay algo más». Triste destino de una sociedad en la que la transparencia y las instituciones brillan por su ausencia desde hace muchas décadas.
Nadie sabe quien mató a Alberto Nisman y posiblemente nunca se sabrá. Como tampoco quien voló la AMIA o la embajada de Israel.
O de donde sacaron sus fortunas los Kirchner, los Menem y tantos otros; aunque lo supongamos.
Tal vez nuestra compulsión por inventar verdades a medias tenga que ver con este estado de cosas. Los testigos presenciales de épocas anteriores sabemos que las cosas no son como después se cuentan.
Ocurrió con el primer peronismo -demonizado durante décadas y endiosado después, escapando siempre a la verdad y al punto justo- y pasó con cada uno de los períodos que le siguieron. Y en la última década estalló con la antojadiza versión de lo que fueron los años de plomo en el país, cuando se pretendió que unos tiraban con cañones y los otros con balas de cebita y solo como un inocente juego infantil.
Pero antes pasó con Saavedra y Moreno, con el tiempo de Rosas y hasta con el mismo San Martín. Siempre visiones sesgadas, antojadizas y por ende mentirosas.
Hemos crecido en la duda, en la controversia, en la verdad a medias. Hemos navegado con la sospecha como compañera insoslayable.
Mientras no nos atrevamos a buscar la verdad, por dolorosa que ésta sea, seguiremos convencidos de que lo que nos dicen no es lo que ocurre. Y la Argentina seguirá siendo un tembladeral.
Con gente que como los hoy buscados huye hacia adelante tal vez sin destino ni otro objetivo que no sea el de sobrevivir.
Como se pueda….