Ni éxito deportivo ni pelotazo económico. Terminado el Mundial de Brasil, el país se embarca en un profundo análisis sobre un modelo económico al que se define cada vez más frecuentemente como«agotado»
En claro paralelismo con su selección nacional de fútbol, el país carioca ha obtenido unos pobres resultados con la celebración de este evento. Es algo que ya puede afirmarse. El país ha entrado en recesión técnica después de que su Producto Interior Bruto se redujese un 0,2% y un 0,6% en el primer y segundo trimestre del año, respectivamente.
Pero el efecto económico de un gran evento puede medirse también por los réditos que genera tanto en los años posteriores como el los anteriores, momento éste en el que se concentran las inversiones en infraestructuras y puede tener un efecto positivo en la creación de puestos de trabajo. Pero esta incidencia ha sido escasa. A comienzos de 2009, Brasil encadenó dos trimestres de caídas que redujeron su PIB por encima del 5%. En aquel momento logró salir del atolladero, pero sus ritmos de crecimiento nunca superaron desde entonces el 2,5%. Su crecimiento parecía más propio al de una economía desarrollada con actividad a la baja y no la de una economía en desarrollo en plena pujanza. La consultora Ernst & Young calculaba el impacto directo del Mundial en la economía brasileña sería de un 2,17% del PIB entre 2010 y 2014. Atendiendo a estos datos, puede afirmarse que el Mundial ayudó a mitigar en Brasil el efecto de la crisis financiera global. Sin él, los crecimientos en ese periodo habrían sido todavía más exíguos.
¿Pero qué efectos positivos de futuro tienen los grandes eventos deportivos? Los análisis económicos al respecto parecen concluyentes. Un primer ejemplo es un estudio realizado por la Universidad de Hamburgo en el que certificaba el nulo impacto económico de los mundiales de Francia 1998 y Alemania 2006. De hecho, en los dos países el PIB cayó en los años siguientes a la celebración de los eventos. En el caso de los Juegos Olímpicos, un estudio de la Universidad de Chile corrobora que tan solo Los Angeles (1984) y Barcelona (1992) han sido los únicos realmente rentables. En el lado opuesto se encuentran los Juegos de Atenas en 2004. Un estudio de la compañía Pricewaterhouse Coopers apenas un mes antes de que comenzase el evento ya anticipaba el fiasco económico. En primer lugar apuntaba a la desviación entre las estimaciones iniciales de costes, cercanas a los 500 millones de dólares con otros informes que las cifraban en los 10.000 millones de dólares.
El informe señalaba de igual modo que en los años siguientes, ya desde 2005, la economía podría sufrir importantes deterioros por el aumento del déficit y la deuda pública. Dicho y hecho. Grecia desencadenó una crisis por sus desequilibrios presupuestarios, que se agravó por los problemas del euro en su conjunto y por las caracterísitcas de su economía, consagrada al gasto exacerbado y a un sobredimensionado sector público.
¿Afronta Brasil los mismos riesgos? Su realidad macroeconómica no es la misma, ni sus potencialidades. Pero desde luego los riesgos existen. El primero es el de la inquietante inflación, que galopando por encima del 6% puede«comerse» todo el beneficio que puede haber tenido el Mundial. De hecho, un análisis de la compañía de seguros de crédito Euler Hermes limitaba al 0,2% la contribución del Mundial al PIB, mientras que el efecto sobre la inflanción sería del 0,5%. Con una economía en caída y los precios al alza Brasil entra de lleno en uno de los escenarios más temidos por los economistas: la estanflación. La inflación solo es aceptable en economías en crecimiento robusto, y es en cierto modo consecuencia directa de ello.
Brasil ya ha cumplido con el primer precedente nocivo para considerar este evento un fracaso: los sobrecostes. Brasil 2014 ha sido el Mundial de Fútbol más caro de la historia, con un presupuesto de8.671 millones de euros, casi el doble de los 4.400 millones de euros iniciales y muy por encima de los 2.947 millones de euros que dedicó Sudáfrica en 2010.
Descontando los efectos que el Mundial ha podido tener en los tiempos en los que se llevaron a cabo las infraestructuras, y las que todavía tienen que realizarse de cara a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016, el gran potencial que tienen estos eventos es la proyección de la imagen exterior. Un año antes de comenzar el torneo, el presidente del Banco Central de Brasil ya apuntaba en esa dirección. «El punto de apoyo del crecimiento en Brasil será la inversión y no el consumo». La declaración la realizó en un momento en el que el crecimiento económico del país apenas alcanzaba el 2%, en contraposición a los ritmos de países vecinos como Perú o Colombia. El empuje de la demanda interna, expoleada por los planes de gasto que sacaron de la pobreza a millones de brasileños, se estaba apagando.
Brasil encara la necesidad de abrir su modelo económico a la inversión exterior, que se ve lastrada por la burocratización. De un total de 189 países, Brasil se encuentra en el puesto 116 en el ránking sobre la facilidad para hacer negocios, el índice Doing Business que elabora el Banco Mundial. Con un modelo agotado, el reto es encontrar uno nuevo al calor de la inversión y la proyección exterior, más cuando la ralentización de China, comprador de materias primas, afecta sobremanera a la economía brasileña. ¿Cómo afectarán las protestas sociales en esa gran operación de marketing? En pleno proceso electoral, y con Dilma Rousseff a la baja en las encuestas, el país encara el reto de una trasnformación económica e institucional.