El gobierno argentino ha quedado en evidencia ante el mundo por su reticencia a condenar fuertemente el atentado en París y su ausencia en el homenaje.
La tibia aclaración del Canciller acerca de su participación en la marcha como «ciudadano común» no hace otra cosa que potenciar el desprecio que la administración de Cristina Fernández de Kirchner ha demostrado ante el dolor mundial y la actitud infantilmente ideológica que, amén de avejentada, pone en evidencia la falta de idea, proyectos y visiones propias.
Ser castrista o de izquierda en estos tiempos no sólo es absurdo -los propios creadores del «modelo» desesperan por salir de él y recibir la ayuda de los EEUU para apenas paliar el resultado de tanto desastre- sino que supone una ceguera que podría ser resuelta con sólo ver la tapa de los diarios del mundo, para no caer en el demoledor esfuerzo que significaría entregarse a la aventura de leer a los pensadores de hoy en vez de dilapidar cada jornada en rapiñarle dinero al estado, acariciar perros o solazarse mirando la propia imagen por televisión.
Hoy la izquierda está representada por el concepto social demócrata, muchos de cuyas principales espadas caminaron por París acompañando a un Francoise Hollande que -bueno sería recordarle a nuestra setentista mandamás- es un conspicuo representante del sector.
¿O cree Cristina que la «izquierda» es el autoritarismo de Putín?; ¿tal vez la burocracia China, lanzada a quedarse con el poder económico mundial?; ¿Maduro y la implosión de sus disparates?.
Sea como fuese una vez más la Argentina paga en prestigio el precio de los caprichos de sus gobernantes. Y ese pago, ya multiplicado en los años y las décadas, nos acercan cada día a un abismo de soledad que pone en riesgo hasta nuestras riquezas naturales.
Porque esos bienes, de los que la familia presidencial además pretende torpemente apropiarse, van a ser fundamentales para la vida del planeta antes de que alumbre un nuevo siglo.
Y nadie va a tener interés en negociar con una nación que se ha empeñado en no ser confiable, dar la espalda a las democracias y jugar con inciertos conceptos de «liberación» en el tiempo en el que todos repiten «asociación».
Una nación por la que además nadie va a querer marchar.