Por Adrián Freijo – El presidente inauguró el Coloquio de Idea con un mensaje de tono conciliador pero sin dejar una sola señal del rumbo económico que pretende dar a la gestión.
El presidente Alberto Fernández inauguró virtualmente el Coloquio de Idea, ese encuentro anual que siempre se espera para saber en que punto está la relación entre el poder político y el económico. Desde hace décadas Idea es el ámbito en el que se debaten políticas públicas, se expresan miradas empresariales y se sacan conclusiones acerca de lo que puede venir en el país.
«¿Qué país queremos?» es la pregunta-lema del coloquio de este 2020, y seguramente muchos de los que escuchaban la exposición presidencial esperaban que Fernández definiese cual es su mirada sobre cuestiones como el nivel del tipo de cambio, las regulaciones, la legislación laboral en la emergencia, el fomento al comercio exterior y las reglas del mercado financiero. Sin cambios profundos en estos aspectos faltará el combustible necesario para poner en marcha la maltrecha economía.
Y nada de esto estuvo presente en la alocución del jefe de estado. Una vez más eligió insistir en la herencia recibida, los efectos de la pandemia en la actividad productiva y el consumo, su vocación por terminar con la grieta y también, casi como un karma imposible de evitar, su lealtad inquebrantable con el fantasma que sobrevolaba el ambiente sin ser nombrado. Nada que asuste ya demasiado pero que sigue achatando las expectativas, despertando desconfianzas y movilizando una salida de capitales que ya amenaza con demoler el sistema de reservas del país.
Tal vez su promesa de no devaluar en lo inmediato haya sido el más fuerte de los anuncios. Pero..¿tiene posibilidades concretas de evitarla cuando la brecha entre el dólar oficial y el paralelo supera el 100%?. Técnicamente parece imposible.
Como dato positivo debe tomarse la presencia presidencial en el encuentro. Ni Néstor Kirchner ni su viuda asistieron alguna vez a IDEA; y Alberto inaugurando las actividades es algo que seguramente no pasará por alto para los empresarios. Sobrevuela el ambiente la idea de un gran pacto social, que aún no tiene forma ni proyecto, y el mandatario está avisando que él se dispone a estar en la mesa de negociaciones. Aunque por ahora no emita señales de cual será el camino que su administración piensa tomar para tranquilizar a los mercados y permitir una discusión que no esté traspasada por la histeria.
Quedó sabor a poco o tal vez a casi nada. Muchas de las cosas que el jefe de estado defendió en su discurso son las que justamente ponen los pelos de punta a los inversores.
Pretender seguridad jurídica es hoy una cruel ironía que seguramente no causa gracia alguna en quienes se levantan cada mañana con reglas de juego distintas. Seguir insistiendo en que los ATP o el IFE son políticas de estado para «fomentar la producción» es no entender del mundo de los negocios o realmente pensar que ese es el camino para el crecimiento y el desarrollo. Para seguir adelante e invertir están haciendo falta otras cosas que, por ahora, brillan por su ausencia.
En conclusión, se logró algo que no es menor en la Argentina de hoy: no hubo agresiones y nadie se habrá quedado enojado con lo que allí se dijo.
Lo demás -la insatisfacción, las dudas y la falta de precisiones con respecto al rumbo- es cosa de todos los días en el país del eterno volver a empezar.