Una vida, otra vida y todas las vidas

(Redacción)La muerte absurda del oficial de policía Fabian Mendiola en manos de un estúpido ebrio de 22 años sin capacidad de discernir, muestra la cara de una sociedad enferma y decadente.

Una vida perdida, una familia destrozada y una sociedad conmocionada, son las primeras consecuencias visibles de la sinrazón representada en la figura de Lucas Gabriel Carnero, un joven de apenas 22 años que tras una noche de ¿diversión? y tras la desaparición de los vahos alcohólicos se encontrará cara a cara con su conciencia, el resultado de su irracional actitud y la seguridad de que también su vida está arruinada para siempre.

La carátula de «homicidio simple con dolo eventual» que se le ha puesto al hecho es el caso en el que el autor tenía conocimiento o era consciente de que podía llegar a causar un daño, pese a lo cual no interrumpió su acción.

Tanto para el homicidio simple o doloso, como para el homicidio simple con dolo eventual, se prevé penas de 8 a 25 años de prisión.

Uno de los casos emblemáticos en el país fue el de Sebastián Cabello, condenado a 12 años por el delito que ahora se le imputa a Carnero. Si bien Casación luego lo redujo a «homicidio culposo» y fijó la pena en 3 años y medio, los atenuantes técnicos usado por la defensa para lograrlo no son válidos en esta ocasión. Le resultará imposible al asesino de Fabián convencer al tribunal que al embestir al grupo de funcionarios que llevaban adelante el operativo no sabía las consecuencias que podía tener su accionar.

Y es aquí donde queremos ser claros más allá de cualquier duda: nuestro deseo es que pase un largo tiempo en la cárcel que le sirva para reflexionar acerca de su brutalidad, arrepentirse y aprender cual es el camino que deberá transitar de aquí en adelante.

Porque ya otra cosa, al menos por el muerto y su familia, ya no podrá hacer.

Pero también queremos llamar la atención sobre este fenómeno del alcohol como objetivo de la «diversión» de cada vez más jóvenes y las consecuencias de esta moda. Que es además prohijada por la indiferencia de las familias, la flojedad del sistema de formación de los niños en todos los niveles -educativo, disciplinario y ejemplificador- y también la responsabilidad de los comerciantes, capaces de vender bebidas hasta el hartazgo aún a sabiendas de que se han superado todos los límites.

Porque a la vida perdida, de la que solo es responsable el matador, se agrega la vida arruinada de un joven que tal vez en sus cabales nunca habría tomado la absurda decisión de apretar el acelerador.

Y me parece que de esta última somos todo, por acción u omisión, algo responsables.