30 años después Mar del Plata sigue padeciendo el «Síndrome Kitty Hawk»

Por Adrián Freijo Por entonces el portaaviones llegaba a una ciudad escandalizada frente a los peligros que representaba «la presencia del diablo» en sus calles.

 

Hace 30 años el portaaviones norteamericano, por entonces emblema del poder marítimo estadounidense, llegó a una ciudad encerrada sobre sus propios prejuicios, pacata y temerosa, que como el resto del país terminaba juzgando todo a la luz de la ideología y el prejuicio. Pero claro…ya entonces sin voluntad ni claridad para «hacer» en vez de «imaginar».

Así la simple noticia del arribo de un portaaviones norteamericano a aguas cercanas a Mar del Plata, y la posibilidad del desembarco de sus ocupantes por algunas horas, desató una neurosis colectiva que hoy, visto a la luz de los años, es bueno y divertido recordar. Aunque tal vez sirva para sacar otras conclusiones más profundas…

«El Kitty Hawk fue un portaviones que entró en servicio en los primeros años de la década del ’60 y fue operativo durante la Guerra de Vietnam, donde sirvió de plataforma para las misiones aéreas durante un largo tiempo. Sin embargo, con el avance de la oposición del pueblo estadounidense al conflicto bélico sus tripulantes empezaron a cambiar de parecer. Se transformó el Kitty Hawk en un símbolo de resistencia interna e incluso en su interior (era una verdadera ciudad flotante con más de 4 mil “habitantes”) se editaba un diario anti-guerra. Así fue como en 1972 se produjo una rebelión que dejó un saldo de 50 marinos heridos y una marca a fuego para siempre. Los mandos militares de Estados Unidos resolvieron trasladarlo a un puerto para su reparación y, en verdad, lo que hicieron fue quitarlo de la guerra» recuerda hoy el diario La Capital en un breve reseña del derrotero de la nave y sus ocupantes..

En la década del 90 y tras participar como apoyo  en la “Guerra del Golfo” intentó llegar a su base por el Canal de Panamá, lo que resultó imposible, y no le quedó otro camino que acercarse a la ciudad de Mar del Plata, utilizada como punto de reabastecimiento no programado, lo que generó no pocos movimientos para hacer llegar la cuantiosa cantidad de combustible que era menester y proveer de alimentos y agua potable a los casi 6.000 tripulantes que en él se encontraban.

Pero esa es otra historia…

La llegada del gigante desató entre los marplatenses un debate que por momentos tocó las nubes de la histeria. Se hablaba de marineros desembarcando en busca de mujeres y sexo, la llegada de centenares de prostitutas contratadas por los cabarets del puerto para atender a los visitantes, el peligro que la presencia de varios miles de libertinos marinos representaba para las damas de nuestra sociedad y hasta hubo recomendaciones de la Iglesia local acerca de la prudencia y distancia que estas debían guardar en la ocasión.

La psicosis fue tal que, a la llegada del Kitty Hawks -que fondeó en las afueras de la ciudad y solo envió a sus tripulantes en tandas acotadas y en diferentes horarios- Mar del Plata estaba dividida en un debate interminable en el que las consideraciones políticas no estuvieron ajenas. Mientras un sector aplaudía el arribo de quienes «van a dejar muchos dólares en el comercio local» otros hablaban de «la sumisión a los poderes centrales del imperialismo que le permite hacerse dueña de la ciudad».

Los marines pasearon por el centro -sus permisos de desembarque eran de tan solo cuatro horas y no más de 200 personas por vez- y hasta realizaron actividades solidarias como pintar o hacer refacciones en escuelas, en una clara política de relaciones públicas dispuesta desde la conducción del portaaviones y el propio gobierno estadounidense. La presencia del cuerpo diplomático norteamericano y las visitas protocolares de las autoridades locales a la nave fueron parte de ese cuidado plan para que la estadía en las cercanías de la ciudad se desarrollase sin ningún incidente.

Tras la suelta de amarras el Kitty Hawk se convirtió en un recuerdo, en una anécdota, que ningún incidente dejó tras de si. Por el contrario, quien esto escribe asistió pocos meses después al casamiento de una joven marplatense con uno de los marinos arribados en el imponente buque. Esa fue, tal vez, la consecuencia de mayor peso que dejó tras de si…

Treinta años después, cuando el portaaviones se prepara para ser desarmado tras ser vendido a una empresa que se dedica a ese tipo de faenas y por la simbólica cifra de un centavo de dólar, Mar del Plata sigue reaccionando espasmódicamente a cuanto debate se le cruce por sus narices, en el clásico síndrome de las sociedades que no tienen muy en claro hacia donde ir. Y por eso suelen ver peligros y enemigos en todo lo que se le cruza en su camino…

Aunque después, como hace treinta años, comprenda que los fantasmas que se agitan desde el temor a lo desconocido no son más que eso…fantasmas.