(Escribe Adrián Freijo) – El campo es el motor de la economía argentina y siempre se le asignó el papel de financista del estado y de una industria ineficaz y prebendaria. ¿Porqué matarlo?
La extendida jornada de protesta llevada adelante por los productores agropecuarios fue, en medio de una alarmante indiferencia de la ciudadanía, un llamado de atención muy fuerte sobre esta especie de suicidio nacional que consiste en demoler a su actividad básica sin tener en la mira ninguna alternativa para suplantarla.
Argentina tiene una sola cosa que se ha mantenido constante en una história tan errática como fracasada: la actividad agropecuaria.
Casi nos atreveríamos a sostener que si no fuese porque el campo siempre estuvo dispuesto a sacar la economía adelante, nuestro país no hubiese podido darse el lujo de cometer tanto dislate como lo ha hecho a lo largo de las décadas.
Atribuyen a Perón una frase que de alguna manera marca la suerte y el drama de los argentinos: «este es un país que sale adelante con tan solo una buena cosecha».
Y como esas personas a las que Dios dota de una inteligencia superior por la cual todo les resulta sencillo y terminan fracasando porque no conocen el valor del esfuerzo, la Argentina fue adquiriendo el tono de una nación que podía chocar una y mil veces con la misma piedra ya que siempre «una buena cosecha» vendría a pagar los platos rotos.
Aunque, tal vez por inteligencia o quizás por interés, a nadie se le había ocurrido demoler la actividad que lo sostenía en las buenas o en las malas. Hasta ahora…
Como una expresión más de la antigualla ideológica que caracteriza a un gobierno ineficiente y sin ideas (siempre ese tipo de desvíos quedan en manos de los que no saben hacer entonces prefieren que las ideologías lo hagan por ellos) el kirchnerismo siempre vio al campo como un enemigo.
Una y otra vez la estupidez de «la oligarquía ganadera» salió de la boca de los gobernantes que sin embargo vivían y avanzaban en su práctica populista con el dinero que le quitaban a la actividad más pujante que tenía el país.
¿O de dónde cree el lector que salía la plata para los planes sociales?, ¿y la que subsidia a una industria avejentada, ineficaz y siempre prebendaria?.
Sin embargo se siguió adelante en la demolición, sin ntener en cuenta que hoy el 80% de la superficie explotable está en manos de pequeños y medianos productores que solo conocen el esfuerzo del trabajo y que logran coronarlo con éxito al pertenecer a la única actividad argentina que puede considerarse a la altura del primer mundo desarrollado.
Quitese para siempre de la cabeza la imagen de Molina Campos y sus viñetas, Martín Fierro y sus historias o los desfiles criollos para las fiestas nacionales de lo que sea. El campo argentino está tecnificado, con siembras controladas al menor riesgo, cosechas mecánicas y organizadas y acopio seguro y moderno.
Aunque lo de seguro entre en controversia ante los ataques de los parásitos de La Cámpora que tienen como único trabajo destruir los silos bolsa. Pero esa es otra historia dentro de la historia…
Tal vez Cristina o sus seguidores logren destrozar la actividad rural y ganar la batalla de las ideologías. O tal vez puedan comprar con sus amigos los campos argentinos a precio vil.
Seguramente el drama que seguiría a la desaparición del agro los convencería de que no hay salida si no hay en el país al menos un sector que trabaje e invierta.
Y seguramente se merecerían la intemperie que sobrevendría a la muerte del campo.
Ellos si…pero la Argentina no.