Alberto no dio el piné y terminó por rendirse ante Cristina

Por Adrián FreijoResta ponerle nombres a una reorganización que tendrá la impronta de la vicepresidente. El maquillaje no alcanzará para tapar la derrota del presidente.

 

El Pinet o Piné  es el índice de relación entre el perímetro del tórax y la altura del cuerpo. Se trata de medidas antropométricas como la altura y el ancho del torso del individuo y era utilizado por el ejército argentino para seleccionar a los jóvenes que se incorporaban a la conscripción obligatoria y si no se lograba ese índice mínimo el joven era considerado no apto para el servicio militar por no “dar el Pinet”. Más tarde se empezó a usar esta expresión con sentido despectivo de “no dar la talla para alguna tarea”.

El presidente se vio por 48 hs. bajo el fuego directo de su vice que, después de enviar a sus hombres en el gabinete a renunciar a sus cargos en un verdadero golpe palaciego, encomendar a dirigentes de su confianza a tratarlo de «mequetrefe», «inquilino», «okupa» y «traidor»  y de levantar la apuesta con una incendiaria carta en la que explicita su carácter de dueña y constructora del espacio oficial y de la propia candidatura del mandatario, dejó en claro que no iba a aceptar ninguna rebelión o proyecto paralelo de Alberto.

Por un instante, aupado por el apoyo de gremios, organizaciones sociales y algunos gobernadores, pareció que el mandatario se mantendría firme y no aceptaría la insólita presión a la que estaba siendo sometido. Pero todo fue nada más que un espejismo.

Con la intervención de algunos mediadores como Sergio Massa, que en realidad ofició de vocero de Cristina y de La Cámpora, las horas de la madrugada fueron poniendo las cosas en su lugar: Alberto Fernández aceptará la salida de su jefe de gabinete, reorganizará el elenco de gobierno y acatará mansamente las imposiciones ahora públicas de la ex mandataria.

Cristina acepta que Wado de Pedro no siga en el ministerio del Interior pero todos descuentan que seguirá siendo un personaje central de su estrategia. Y también estaría de acuerdo con que Martín Guzmán siga en Economía hasta la culminación de la negociación con el FMI que podría coincidir con el próximo turno electoral.

La posible continuidad del vocero presidencial, elegido por Cristina como inofensivo chivo emisario de sus dardos a sabiendas que su permanencia en las cercanías del despacho del hombre que ahora quedará reducido a un títere formal ante propios y extraños, no representaba otra cosa que la hábil maniobra de una política tan experimentada como cruel que de esa manera le deja a su contrincante la desvaída imagen de «haber conseguido algo».

¿Qué peso puede tener Biondi, que en realidad es más un amanuense que una verdadera voz autorizada para hablar por Alberto, en el juego grande de la política y el poder?.

Pero no….siguiendo aquella poco afortunada frase del propio Perón cuando sostuvo que «al enemigo ni justicia» no le dejó al presidente ni siquiera este peón menor: a media tarde Biondi se vio obligado a presentar la renuncia y lo hizo, en esta zarzuela de deshonores, alabando el «una líder indiscutible del espacio político que representa ella junto con usted». Sin palabras…

Por estas horas se barajan nombres para ocupar los cargos vacantes pero nada de eso adquiere mayor importancia: los que lleguen y los que queden saben de aquí en más con quien tienen que alinearse.

Suenan Daniel Scioli, Julián Domínguez, Agustín Rossi y varios más. Todos saben, si llegan a asumir, a quien deberán reportar. Además ninguno de ellos puede ser tildado de «albertista» puro…

Cristina Fernández de Kirchner, que eligió achicar el proyecto y convertirlo en una propuesta con más juego interno pero menor capacidad para captar a los sectores independientes que abandonaron al Frente de Todos en la última elección, deja tras su día de furia un presidente achicado a la mínima expresión, un oficialismo herido y cuestionado por una sociedad que no llega a comprender lo disparatado de estas horas de crisis y una dificultad que hoy aparece ilevantable de cara a las elecciones generales de noviembre.

Pero ganó la pelea interna. Alberto Fernández no dio la estatura y quedo desnudo ante la gente como lo que realmente es: un gris operador político, sin autoridad ni capacidad para el cargo que ejerce y cumpliendo un mandato ajeno al que deberá ajustarse de aquí en más sin otro norte que la obediencia.

Aunque, irónicamente, sin haber logrado el piné, lo que le espera se parece mucho a aquel servicio militar que lo exigía para que el aspirante fuese considerado apto.

«Subordinación y valor…para servir a la jefa»…

En fin…