AQUEL DÍA EN EL QUE SOÑAMOS OTRA HISTORIA

El 10 de diciembre de 1983 los argentinos vivimos un éxtasis de libertad, de planes y de convicciones. Fue un día que debía marcar el comienzo y, sin saberlo, iniciaba el largo camino de la caída.

Alegría, sensación de libertad, convicción de que todo lo que vendría sería mejor. Buenos deseos y entusiastas promesas de darnos una sociedad distinta, moderna y respetuosa de los derechos de todos.

Eso, y la sensación de dejar atrás un tiempo de locura delirante, era lo que los argentinos sentíamos aquel 10 de diciembre de 1983 cuando Raúl Alfonsín tomó en sus manos los atributos que lo convertían en el primer presidente de la renacida democrática. Nunca antes, y nunca después, tantos millones de manos se extendieron para tomar aquel bastón de mando y aquella banda presidencial para depositarlas en las de quien veíamos como el jefe de un estado renacido y común a todos nosotros.

Y volvió la música, y volvieron los debates, y explotaron los proyectos y se liberó en las gargantas el pedido de justicia y castigo a los dueños de tantas jornadas de oprobio, de violencia y de soberbia.

Y las plazas del país se llenaron sin necesidad de arriar a los argentinos como si fueran ganados, extorsionarlos con la pérdida de algún derecho ni ponerles un peso en el bolsillo a cambio de «la militancia». Cada uno fue líder y protagonista de su necesidad de estar, de ser parte, de encontrar su lugarcito en la historia que comenzaba a ser escrita.

Y los derechos humanos, que irrumpieron en el consciente de los argentinos en la hora más oscura, no le pertenecían a tal o cual sector…eran de todos y cada uno de nosotros.

Pero lo que creíamos era el primer escalón hacia el cielo del desarrollo, la libertad y la calidad de vida asentada sobre la educación y el trabajo no era otra cosa que el inicial que nos llevaba hacia el infierno.

Pasada la fiesta, las respuestas se convirtieron en consignas vacías y el bienestar en un privilegio que solo alcanzaba a quienes, en nombre de la política, se hacían con el poder en la Argentina.

Si los seres humanos se sostuviesen tan solo en números, los del tiempo democrático harían extrañar la abyección de la dictadura. Se triplicó la pobreza, se cuadriplicaron las muertes por casos de inseguridad y hoy también la sociedad es rehén de la pelea entre bandas y facciones; el mundo ya no nos desprecia por violentos pero si lo hace por incumplidores y mentirosos.

Ya no cantamos…gritamos.

Ya no soñamos…vegetamos.

Ya no sufrimos por el exilio político de nuestros hijos pero nos desgarramos por su partida en búsqueda de un futuro que no logran avizorar en su propia tierra.

Ya no nos ordenan…tan solo nos mienten.

La justicia no fue igual para todos los dueños de la muerte y la impunidad de los tiranos tan solo cambió en la de los poderosos. No suenan las bombas, pero siguen los tiros; no hay picanas, pero el hambre desgarra igualmente las vísceras.

Pese a ello, existe una diferencia que ni la mala dirigencia pudo enterrar: hoy seguimos siendo tan libres como aquel 10 de diciembre de 1983 para elegir quien queremos que nos gobierne.

Tan solo hace falta que, por sabiduría o hartazgo, nos animemos a hacerlo bien.

 

Nota de Adrián Freijo publicada en Libre Expresión el 10 de diciembre de 2021