Arroyo dispara un conflicto de poderes sin antecedentes en la ciudad

Escribe Adrián FreijoDesde las violentas jornadas en las que se aprobó la construcción del Bristol Center en la década del 70 no hubo otro enfrentamiento de poderes como este. ¿Era necesario?

“Esta es la primera vez que el Ejecutivo avasalla un decreto de otro poder independiente de la democracia”, lamentó la radical Vilma Baragiola, quien le reclamó al intendente “una respuesta urgente para que los trabajadores recuperen la tranquilidad y este Concejo pueda volver a trabajar y los concejales podamos ejercer la tarea para que los vecinos nos eligieron”.

Así de clara fue la edil radical para poner en blanco sobre negro el tenor del conflicto de poderes que hoy enfrenta al Concejo Deliberante con el intendente municipal Carlos Fernando Arroyo. Un problema tan absurdo como innecesario que pone otra vez sobre el tapete las dificultades de convivencia democrática del jefe comunal, siempre mal asesorado por quien ejerce el poder real en la comuna y que no es otro que el Secretario de Hacienda Hernán Mourelle.

Es que basta ser alumno de una escuela secundaria -como aquella de la que Arroyo fuese director por tantos años y a la que de corazón se le desea que sus alumnos no hayan sido formados en semejante distorsión institucional- para saber que el cuerpo deliberativo es un poder independientes del estado y que de ninguna manera un intendente puede inmiscuirse por decreto en decisiones propias del mismo, reservadas por la Constitución de la Provincia de Buenos Aires y la Ley Orgánica de las Municipalidades al titular del cuerpo.

Ya no se trata aquí de analizar la cuestión que dispara el enfrentamiento; lo realmente grave es tomar nota de semejante agravio institucional que esconde la perversa estrategia de generar el conflicto para entorpecer el funcionamiento del HCD y aprovechar la circunstancia para gobernar por decreto, algo que por estas horas está haciendo el intendente.

Formalmente es propio de una dictadura…realmente parece estar escondiendo otro tipo de cuestiones que de ninguna forma podrían pasar por el cuerpo sin ser rechazadas por propios y extraños.

En Mar del Plata no se vivía un enfrentamiento de estas características desde aquellas tristemente célebres jornadas en las que se discutía la aprobación de la continuidad de las obras del Bristol Center, ese elefante blanco que cuarenta años después sigue siendo una rémora de la costa marplatense y que era financiado por David Graiver con capitales propios de la organización Montoneros.

Casi en soledad el intendente Luis Nuncio Fabricio intentaba frenar el disparate, mientras en el Concejo -vaya uno a saber incentivados por que motivaciones- un grupo de concejales entre los que estaban algunos de su propio partido, con la violenta ayuda de patotas que llenaron de balazos el recinto, lograba imponer esa construcción sin medir los daños que ello ocasionaban a la calidad urbana de la ciudad.

Después se conocieron otros momentos de tensión política entre los sucesivos intendentes y el Concejo. Es de recordar por ejemplo lo ocurrido en tiempos de Mario RobertoRussak cuando se interpeló a las autoridades de OSSE por la contratación de un servicio postal o cuando la aprobación del Acta Acuerdo para el sistema de transporte urbano en tiempos de Elio Aprile. Y tantos escarceos más…

Pro nunca se llegó a una situación de conflicto de poderes como en este caso. Y no sería bueno pasar por alto una cuestión emparentada con la cultura presidencialista de nuestro país, en el que los poderes ejecutivos «parecen» más importantes que los otros sin que nada en el texto y el alma de las constituciones así lo indique.

Entre la invocación del equilibrio de los poderes y la conmoción ante sus fricciones se construye el camino que va de la debilidad a la solidez del Estado. Si se rompe el equilibrio éste es débil aunque quien surja como ganador pretenda con sus gestos y actitudes convertirse en un mandamás por encima del resto.

Y en Mar del Plata se ha roto ese equilibrio y de no retomarse rápidamente el camino correcto entraremos en un espiral de autoritarismo en el que desde el despacho principal de la comuna se pretenderá suplantar lo que los representantes del pueblo de la ciudad resuelvan.

No es un tema menor, porque tampoco es una casualidad. Arroyo, y seguramente su fiel escudero «Sancho» Mourelle, parecen preferir que las cosas se resuelvan manu militari y sin siquiera escuchar la opinión ajena.

Ocurre que lo que tienen por delante no son molinos de viento sino aquellos a quienes los ciudadanos ungieron con el raro privilegio de representarlos, legislar y sobre todo mantener vigente las normas constitucionales de la provincia y el país.

Algo que se llama representación democrática…por si alguien se está olvidando.