BELIZ: EL CENSOR QUE ENCONTRÓ SU ESPACIO

Hombre del Opus Dei en sus años jóvenes, su convicción de ser el parámetro moral de la república lo empujó a conflictos en los que su intemperancia llegó a poner en riesgo al sistema democrático.

 

Tratar a Gustavo Béliz nunca fue fácil. Ya en sus tiempos de «joven maravilla» del menemismo su formación cerrada, dogmática y muchas veces sectaria -producto de su pertenencia al Opus Dei, que lo había acercado como aporte a quien ya se sospechaba podía llegar al poder de la república- se notaba que el hombre tenía una mirada cerrada y autoritaria sobre la sociedad y sus temas.

Y esos aires de superioridad moral que tantos problemas de relación con el mundo y la propia Roma le trajeron por décadas a la organización creada por Mons. Escrivá de Balaguer que solo encontró cobijo y poder bajo el reinado de Juan Pablo II, un conservador impenitente que le concedió espacio suficiente para influir en una agenda que poco a poco fue alejando a la jerarquía de las necesidades reales de la gente.

Pero si algo caracteriza al Opus y a quienes en él se han formado es la convicción de que el mundo está equivocado y ellos, los discípulos de la organización, son los únicos que tienen en claro como y hacia adonde debe caminarse para ordenar, purificar y conducir a los hombres.

En aquellos años Béliz conducía una organización bautizada FEPAC que debía ser la usina de ideas del naciente menemismo. Poco y nada de lo que allí se discutía, siempre con el secretismo propio de los «iluminatti», terminó aplicándose en una Argentina anárquica, traspasada por la hiperinflación heredada del gobierno radical y que durante el primer año de gobierno de Carlos Menem debió abocarse a hacer lo que se podía y no lo que se quería.

Pero el joven cruzado parecía no tomar nota de ello e irrumpía en el escenario con propuestas alejadas de la realidad y sin aceptar la imposibilidad de llevarlas adelante. Gustavo Béliz vivía en un micromundo en el que solo sus ideas y valores tenían alguna razón de ser…

Aquel apodo de «zapatitos blancos» que supo ganarse cuando se quejó de haber ingresado en el lodo de la corrupción reinante por aquellos años fue tal vez la primera muestra de su actitud voluntarista y dogmática: encaramado en los lugares más altos del poder nada había hecho para romper la cadena de los negocios turbios; antes bien se había concentrado en teorizar, quejarse reservadamente frente al presidente y convertirse así en cómplice involuntario de lo que decía combatir.

La orden de la embajada norteamericana, a la cual Béliz respondió y aún responde en la actualidad, lo empujó a poner en evidencia negociados del Grupo Yoma y ello terminó por eyectarlo de un gobierno en el que de otra forma hubiese seguido acompañando. Y así partió por primera vez al exilio, cobijado por el poder de sus verdaderos mandantes.

Pero no sería una excepción: integrado al gobierno de Néstor Kirchner como consejero de confianza del presidente y Ministro de Justicia, puso en riesgo toda la estructura de la inteligencia nacional al denunciar públicamente a Jaime Stiusso por televisión y hacer públicas caras y nombres de agentes protegidos por la ley de seguridad interior.  Algo que, más allá de los impresentables personajes puestos en evidencia, mostró a un hombre capaz de ubicarse por encima del ordenamiento legal y, una vez más, respondiendo a una orden emanada desde sus jefes del norte.

Y allí fue, en un segundo exilio protegido, que sería interrumpido por la invitación de Alberto Fernández de incorporarse al nuevo gobierno en un cargo ideado para poder mantenerlo más o menos en la sombra pero cerca de las grandes decisiones.

Por eso no puede sorprender su propuesta de regular las redes sociales y mucho menos el argumento utilizado consistente en que el «gobierno tiene la intención de profundizar los lineamientos centrales del uso de las redes sociales para el bien común», algo que debería leerse como que la administración central es la que fija que contenidos debe recibir la gente y cuales no para lograr esos objetivos. ¿Puede haber algo más parecido a la censura previa?.

Béliz aparece así en toda la magnitud de su formación opusdeísta, erigido en catón moral de la república y dispuesto a imponer los parámetros de comunicación y convivencia entre las personas.

Y ello, conociendo su trayectoria, no puede sorprender a nadie que se haya tomado el trabajo de seguir de cerca su sinuosa carrera. Aunque si llame la atención que el presidente le otorgue una centralidad que, a la luz de semejante anuncio, salpica seriamente a su propio gobierno.

Porque lo importante no es que un censor con pretensiones de superioridad afirme estos desvaríos sino que el gobierno de la Argentina pueda estar seriamente involucrado en el intento.

Eso si es de una gravedad inusitada…