(Escribe Adrián Freijo) – Tras una larga enumeración de logros, realizada con la particular matemática que le es común, la Presidente entró de lleno en aquello que la gente esperaba. Y sin hablar… habló.
Para llegar al momento en el que Cristina entró de lleno en la cuestión de las denuncias hubo que pasar primero por un largo monólogo acompañado de filminas -cuya certeza suele darse de patadas con la realidad- sin olvidar la complicada visión histórica que la jefa de estado volcó acerca de los orígenes del nazismo y que por un instante la llevó, seguramente en forma accidental, a justificar el advenimiento de Adolfo Hitler y hasta a dar cierta pátina de heroísmo patriótico a su final.
Por suerte uno podía entretenerse en mirar «las maldades del protocolo» y asó observar como Amado Boudou fue colocado junto a Julián Dominguez -sobre el que convergen hoy todos los dardos del kirchnerismo de paladar negro por considerarlo responsable de la denuncia de Jorge Lanata y por no perdonarle su presencia en el programa de Marcel Tinelli bailando chacarera- con la inocultable intención de mostrar públicamente que si hay corrupción…él está también pegado.
U observar «del salón en un ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidado, silencioso y con cara de tujes, veíase a Anibal » que muy lejos de las dulces rimas de Becquer se mostraba perforando, y no hacia arriba, alguno de los círculos del Infierno del Dante.
Pero llegó el momento; Cristina se quitó las gafas que distorsionan los números y miró firmemente hacia adelante con los ojos que miran siempre un espejo.
Y habló de las denuncias y las campañas contra Néstor, contra ella y contra Kicillof. Al tan mentado Morsa…ni un guiño.
Pero no fue todo. Mientras las cámaras de la TV Pública, y para que no quedaran dudas, tomaban un primer plano del muñeco de cera que Daniel Scioli había llevado para ocupar su lugar -muchas veces nos preguntamos si en estos actos el ex motonauta se aplica algún anestésico para evitar cualquier gesto que denote estado de ánimo o restos de vida- la Jefa lanzó una fuerte perorata para diferenciar entre aquellos a los que se los ataca por no poder ser manejados, obviamente ella y los suyos, y aquellos a los que se los protege porque se suponen maleables a los grandes intereses corporativos. ¿A qué no sabe el lector a quien se refería?.
En fin, todos se fueron del Salón de las Mujeres con la sensación de que Cristina no leyó los diarios en estos días.
¿Che…tuvo una laringofaringitis o una conjuntivitis?, preguntaba un asesor-aplaudidor con cara de despistado que terminó jurando que por primera vez en doce años no podía resolver cuando batir las palmas, cuando reír o cuando llorar.
Y todos se fueron a su casa no sin antes decir la obligatoria frase de salida de este tipo de encuentros televisivos: «es una genia, la tiene re clara»
Cierto que esta vez, en voz baja.