CUANDO JULIO FUE CALOR

El tiempo corría a los hombres y las posturas se dividían. Pero lo que era acalorada refriega tornó de repente en fría lucidez y se hizo lo que era menester: la Argentina fue independiente.

No lograban ponerse de acuerdo ni tan siquiera en quienes tenían derecho a participar de aquel congreso llamado de urgencia en medio de las presiones. Y muchos quedaron afuera del debate; algunos con rápido retorno al seno de la Patria y otros irremediablemente perdidos para el futuro.

Pero no había demasiado tiempo para regalar y las cartas de San Martín eran claras al respecto: ahora o nunca.

Todos conocían la fragilidad de la defensa en el norte, tratando detener con pocas armas, ninguna dirección y mucho heroísmo a lo mejor del ejército maturrango que bajaba del Alto Perú para terminar con esos gauchos extraviados que se habían sublevado en Buenos Aires.

Y como si todo ello fuese poco, una extendida crisis económica en la nación que buscaba ser alumbrada comenzaba a jugar en contra del quienes habían prometido, apenas seis años antes, que la libertad traería además el progreso.

Todo estaba en contra, prendido con alfileres y sin que surgiese un liderazgo suficiente. Allá en Buenos Aires las luchas internas disparaban una crisis tras otras y hacían crecer las sospechas de que los hechos de mayo sólo habían servido para cambiar de patrón, pero no de patria.

Sin embargo aquellos hombres reunidos en Tucumán hicieron lo que tenían que hacer. No pusieron los problemas por delante de los objetivos ni se detuvieron en los fragores de la lucha intestina.

Con lo que había, con lo que quedaba y con lo que se soñaba, declararon la independencia y nos pusieron a todos, los que ya estábamos y los que vendrían, en la obligación y con el mandato de sostenerla y acrecentarla.

El frío de julio adquirió la temperatura de la historia que es necesariamente cálida, como los sueños y los objetivos.

199 años después, estamos frente a un idéntico desafío.