CUANDO LA DISCRIMINACION LLEGA AL RUGBY

(Escribe Adrián Freijo) La sanción aplicada por la Unión de Rugby de Mar del Plata al club San Ignacio supone el riesgo de retomar viejas y aparentemente olvidadas prácticas.

El rugby es seguramente uno de los deportes más caballerescos y en el que los jugadores ejercen un mayor control sobre su fuerza física y su estado anímico.

No puede ser de otra manera ya que al tratarse de un juego decontacto, a alta velocidad y con todo el cuerpo en acción, la falta de dicha autolimitación supondría no sólo un riesgo para terceros sino para uno mismo.

Lo demás lo hacen las reglas, claras y rígidas, que garantizan que lo que desde afuera de la cancha se observa como violencia no sea otra cosa que un hermoso equilibrio de fuerza y destreza.

Y también juega el espíritu del rugby que tiene al adversario como eso, un circunstancial oponente deportivo y no como un enemigo. Tal vez por eso la tradicional costumbre del “tercer tiempo” en el que rivales, autoridades y dirigentes comparten un momento de esparcimiento al fin del juego, se ha mantenido durante años como demostración de lo que es el espíritu de esta maravillosa disciplina.

Pero es una actividad humana y como cualquiera de ellas no puede evitar las individualidades que caen cada tanto en el exceso.

Quienes hemos tenido el honor de transitar por las canchas de la ciudad, como jugadores o como técnicos, bien sabemos de las pasiones que la razón casi siempre controla y del orgullo que significa terminar un partido, ganando o perdiendo, con el clásico saludo al oponente y con la tranquilidad de haber dado todo en buena ley dentro del campo de juego.

Pero desde hace muchos años –concretamente desde aquella primera gira mundial de los entonces bautizados Pumas que irrumpieron en el conciente de los argentinos un 19 de junio de 1965 cuando empezaron a escribir sus páginas doradas a partir del triunfo 11-6 sobre los Junior Springboks en el mismísimo Ellis Park- es además un deporte popular.

Aunque a muchos aún siga molestándoles y aunque demasiada ha sido la lucha que debió llevarse adelante para evitar que el elitismo se impusiese sobre el desarrollo de una actividad que no sólo beneficia al cuerpo sino que templa el alma.

Ya por aquellos años, en los que varios nuevos equipos vieron la luz en Mar del Plata de la mano del “fenómeno Puma”, se instaló en algunas autoridades de la Unión Marplatense de Rugby un espíritu limitativo y despectivo que en algunos casos llegó a ser discriminatorio.

Y si bien el paso de los años ha moderado fuertemente esta oscura tendencia, no es raro que periódicamente vuelva a aparecer.

Por estas horas una sanción ha sido aplicada al Club San Ignacio de nuestra ciudad; aunque por ahora sea preventiva.

Pero las versiones circulantes, y aún alguna publicación periodística, hablan de una suspensión de por vida para la institución, aclarando que en el rugby “de por vida” significa 99 años efectivos y la consiguiente desafiliación.

Probablemente nada de esto ocurra, pero mejor es curarnos en salud.

¿Qué pasó?, ¿qué ocurrió para que se llegue a semejante decisión, si es que ésta es verdad?.

En dos partidos de divisiones menores en las que intervenían representativos del club hubo incidentes.

En uno de ellos el médico de San Ignacio,fue agredido por una persona vinculada al club rival (Universitario), con el argumento de que se había demorado en llegar al lugar en el que se encontraba lesionado un jugador de este último club que a su vez también la emprendió contra el facultativo-dirigente.

Al salir estas dos personas del predio fueron increpados por un tercero, simple espectador del encuentro, quien esgrimió un arma blanca que no llegó a sacar de su funda pero en una actitud digna de la peor de las sanciones.

El otro caso, ocurrido durante un partido con el club Biguá, derivó algunas fricciones de jugadores en una invasión de campo por parte de simpatizantes de ambos equipos que terminaron trenzándose en una verdadera batalla campal de la que no participaron dirigentes de ninguno de las instituciones.

Ambas situaciones lamentables, pero de ninguna manera dignas de sanciones que vayan más allá de las que correspondan individualmente a quienes hayan sido identificados como partícipes.

Si son jugadores o dirigentes con suspensiones del calibre que sea menester y si es el público con prohibición de ingresar a los lugares en los que se jueguen partidos tutelados por la Unión.

Cualquier otra actitud será un renacer de aquel espíritu elitista y despectivo que tanto mal le hizo al rugby.

¿Porqué?…porque San Ignacio es un club que ha crecido mucho de la mano de la pasión y el sueño de sus directivos y fundadores y con un claro y encomiable objetivo social.

Nacido en una zona humilde de la ciudad, se puso como tarea primordial llevar el rugby a los sectores más humildes, a la vez que sacar de la calle a centenares de chicos que encontraron en el club la contención y la vida sana que debería ser común a nuestra juventud.

Y vaya si logró su cometido; trecientos muchachos juegan hoy con los colores de San Ignacio, su primera división llegó a campeonar en el torneo superior de la Unión (foto) y hasta emprendieron una gira por Sudáfrica, ocasión en que fueron declarados Embajadores Deportivos por las autoridades de la ciudad.

Tal vez demasiado…para “el club de los villeros”, como despectivamente se los llama en los círculos patéticamente “chetos” del rugby marplatense.

Cortar las actividades de San Ignacio representará devolver a la calle a esos chicos que hoy han descubierto que dentro de una cancha no hay diferencias sociales.

Y abortar el esfuerzo de directivos, técnicos y padres que hoy tienen un club en el que contener a los menores y una actividad que les permite estar cerca de sus hijos en la apasionante experiencia de compartir deporte y objetivos.

Lo peor del mejor de los deportes está por salir a la luz; tenemos que evitarlo.

Por los chicos, por el rugby y por todos los que nos damos cuenta que el trabajo de clubes como San Ignacio, y tantos otros, es subsidiario a la abandonada función del estado que debería contener a los jóvenes pero prefiere enfrascarse en otro tipo de cuestiones más frívolas y rentables.