A pocas cuadras del lugar en que se velaban los restos de Walter Barrera, el gobernador prefirió «sacarse de encima» el tema con palabras de ocasión.
Aunque nos cueste aceptarlo los argentinos nos hemos acostumbrado a convivir con la muerte.
Y no es raro que así sea; hace cuarenta años que los cadáveres son noticia cada día, ya sea en forma de víctimas del terrorismo, de la represión, de la guerra o de la violencia social.
Vivir en la Argentina es caminar entre cadáveres e inseguridades de manera cotidiana, y sólo esa inconcebible autosuficiencia que nos caracteriza –unida a una vocación constante por evadir la realidad– permite negar lo evidente a pesar del estrépito que el propio peso de los hechos genera.
¿Será tal vez nuestra raíz cultural hispánica, aquella que nos lleva a convertir en palabras todos los temas y creer que en la dramaturgia de los discursos se encuentran las soluciones, lo que nos empuja a olvidar aquello de “mejor que decir es hacer”?.
Tal vez…pero si así fuese sería bueno recordar que la fuerza de los hechos suele arrasar desde siempre a la de las palabras, que ciertamente no están para suplantarlos.
El gobernador Scioli estuvo en Mar del Plata en las últimas horas, justo en el momento en el que los restos del Sgto. Walter Barrera eran velados.
Prefirió una catarata de palabras al cumplimiento de una obligación fáctica irrenunciable que era hacerse presente en el lugar en el que se despedían los restos de un servidor policial que había perdido la vida por no hacer lo que tantos otros: mirar para el costado.
Servidor que además era su subordinado.
Una imagen triste, angustiante y repudiable. Una demostración más de la inmensa grieta existente entre gobernantes y gobernados. Scioli sabía que si se acercaba hasta el lugar del dolor le reclamarían por tantas mentiras, por tantos anuncios vacíos de contenido y por tanta indefensión en la que hoy se encuentran “sus” policías frente al delito.
Y prefirió el discurso de ocasión, la palabra hueca y….a seguir en sus propias cosas.
Lamentable, vergonzoso y habitual.
Tan habitual como convivir con la muerte y tratar de ignorar su presencia con pretextos.
Como en los 70, los 80, los 90….¿y hasta cuándo?.