Por Adrián Freijo – Lo rodean, saltan a su alrededor, aplauden sus delirios y jamás le advierten que día a día quema su escaso capital político. El intendente esta solo entre pícaras caricaturas.
Son pequeños y cariñosos secuaces de color amarillo –aunque en los vernáculos se note demasiado que ese color fue elegido a desgano – que usan overalles y gafas, y poseen uno o dos ojos que en nuestras playas utilizan para ver la realidad siempre distinta al resto de la gente.
En la película «Mi villano favorito» se muestra que han existido desde el comienzo de la vida en la Tierra, y que su deseo por encima de todo es el de servir al más terrible de los villanos, el Sr, Gru siempre enfundado en su capote oscuro, cavilante y torpe y dispuesto a quedarse con el poder a cualquier precio.
Sin embargo los minions se distraen con facilidad y compiten entre sí a base de bofetadas y zancadillas con las que no logran disimular su torpeza. Otra de las similitudes con sus socias lugareños, hoy encaramados en el poder municipal.
Nuestro Mr. Gru (el inefable Zorro Uno) también ansía el poder y sueña con dominar un mundo al que por lo demás imagina a su imagen y semejanza. Cuenta para ello con un escuadrón de torpes minions, que se pelean entre ellos, arruinan todo lo que tocan y como sus «ancestros» pasan todo el tiempo de un bando al otro.
Zorro Gru se caracteriza como el homónimo protagonista de la exitosa película en proteger a los suyos. Para ellos no es el villano sino por el contrario quien los arropa con millonarios salarios que embolsan a pesar de hacer todo con una torpeza que en ocasiones cuesta imaginar.
Así por ejemplo «Kyle» Crovetto, la minion encargada de la educación comunal, oscila entre las dos versiones de la mascota del Gru original: en ocasiones es «la mala» -que maltrata a sus colaboradores y desconoce los derechos de quienes dependen de sus decisiones- y a veces torna en «la buena» que cuida las espaldas del jefe y de los suyos, siempre
secundada por «Lucy» Rivero, la inseparable compañera del jefe y, dicen, la verdadera mandamás en las sombras. Astuta agente secreta que se une a Gru para atrapar a cualquiera que quiera importunarlo. Le encanta demostrar su superioridad y hacer sentir su cercanía con «el jefe».
Por ahí anda el Dr. Nefario -aquí conocido como Gustavo Blanco– un científico loco y olvidadizo que vive repitiendo «yo no dije eso» pero no puede evitar salir de un escándalo para meterse en otro, siempre de la mano de una lengua que pretende filosa y sin embargo es solo desbocada. Además, como el personaje del cine, se está volviendo sordo, aunque en este caso sea solo a las críticas que sin embargo le generan cotidianos ataques de furia.
Colabora con Gru en los inventos más descabellados, cambiando constantemente el destino del CEMA, inventando prestaciones e imaginando avances que solo derivan en un servicio de salud cada vez más debilitado.
O El Macho -aquí llamado Guillermo – que impone miedo por sus modales aunque pocos saben que en realidad es una caricatura de superhombre en un cuerpo prestado. Su antecesor cinematográfico cayó al cráter de un volcán y no se encontró su cuerpo, solamente un gran puñado de pelo del pecho. Cosas que le pasan a los que se aventuran en mundos desconocidos en los que imaginan paraísos en los que pueden presumir en alguna noche de farro…digo de farra.
Siempre anda acompañado por Vector, el inventor de cosas locas que aquí funge de Gran Cuñado, también promotor de invenciones comerciales que rara vez llegan a buen puerto.
Todos ellos intentaron crear una dinastía de poder en Mar del Plata -para lo que Zorro Gru hasta consiguió colocar a El Macho como su sucesor natural- pero ello no fue posible porque apareció Miss Hattie (aquí Vilma) la que pasó de ser colaboradora del jefe a convertirse, de la noche a la mañana, en la dueña del orfanato en el que quedó internado el díscolo personaje. De aquí en más deberá conformarse con la escasa comida que acerquen a su mesa y esperar, rodeado de sus raleados minions, que lleguen tiempos mejores.
O como el Gru verdadero, tornar a la bondad para convertirse al menos en una figura simpática para los inocentes niños.
Claro que cosas como estas…solo ocurren en el cine. ¿O no?.