El cambio lo marca la necesidad pero la decisión es solo nuestra

Escribe Adrián FreijoNos hemos acostumbrado a todo, a las mentiras, a la corrupción, a las amenazas y a los miedos. La Argentina tiene que cambiar; pero la decisión está en nosotros.

Si pudiésemos parar un instante y mirar a nuestro alrededor nos encontraríamos con un paisaje irrepetible en cualquier otro lugar de la Tierra.

Allí veríamos un país rico -muy rico- con un extenso territorio lleno de riquezas naturales (alimento, energía, minerales, vientos, etc) diseminadas en un amplio territorio escasamente poblado. Casi una versión terrenal del Edén…

Sin embargo el 40% de esa escasa población no llega a cubrir sus necesidades vitales, la salud se ha convertido en un privilegio para pocos, los ancianos vegetan acuciados por la pobreza y la necesidad de la asistencia de sus seres queridos, la juventud mira el futuro sin encontrar otra posibilidad que la de irse a buscar mejor vida lejos de su tierra o condenarse a la medianìa sin destino y el estado, esa maravillosa creación del hombre que dio inicio a la verdadera modernidad, no solo se ha quedado sin respuesta alguna a las necesidades de la gente sino que ha sido coptado, desde hace décadas, por una oligarquìa grosera y prebendaria que toma los bienes comunes como propios.

En la Argentina la política -aquella que rige el equilibrio social desde que el hombre pisó el planeta- ya no es el arte de lo posible sino la tapadera de lo indecente. Mientras todos repetimos ñoñamente que “no hay que generalizar”, quienes pretenden llegar a lugares de expectativa en la estructura del poder deben convertirse en cómplices de las peores prácticas grupales. Por acción u omisión esto es así y querer negarlo supone estupidez o cinismo.

Tocamos fondo, estamos en el mismo infierno que supimos construir con tanta paciencia como desinterès por un futuro común que hubiese sido venturoso si continuaramos con aquella cultura del trabajo y aquella búsqueda de la movilidad social ascendente que fue la nota distintiva de una nación que despertaba la admiración del mundo.

Pero preferimos el camino fácil que nos proponía vivir gastando más de lo que producíamos y cambiamos el esfuerzo por el endeudamiento, los objetivos por las dádivas y la política por la demagogia. Así nos fue…

Las imágenes de bolsos, dólares, bóvedas, obscenidades millonarias y palabreríos intencionadamente distractivos, que contrastan con personas miserables viviendo de la basura, escuelas cerradas y destrozadas, ancianos de mirada triste que no encuentran donde posarla para disfrutar de lo que han ganado en décadas de esfuerzo y entrega al trabajo, jóvenes traspasados por la droga y la falta de futuro, se han convertido en el nuevo ADN de una nación prostibularia y patética a la que el mundo observa sin poder entender que es lo que le pasó.

Hoy, cuando convergen en un mismo punto los escándalos devenidos de aquella corrupción y los dolores de una economía que nos castiga a todos por igual, deberíamos ver en tanta angustia y asco la última oportunidad de rebotar y volver a la búsqueda de aquella sociedad laboriosa y honesta que supimos ser no hace tanto tiempo. Y aprovechar que todavía la Argentina tiene espacio para producir lo que su pueblo necesita y proveer al mundo de tantas cosas que le faltan.

Recorrer, sin más, la ruta del sentido común; esa que suele llevar a la felicidad…

La decisión es nuestra.