El día en que Angeloz salvó la candidatura de Carlos Menem

Por Adrián Freijo – Fue por 12 años gobernador de Córdoba y cayó víctima de una maniobra miserable. Una de aquellas que  él había evitado para sacarse a su contrincante de encima.

«Yo no gano una elección de esta forma; dígale al Dr. Menem que le mando desde Córdoba el dinero para pagar los sueldos de la provincia».

La voz de Eduardo Angeloz sonaba natural, firme, convencida. Del otro lado del teléfono, quien estas líneas escribe y que cumplía funciones minsteriales en el gabinete de La Rioja allá por 1988, no daba crédito a lo que estaba escuchando. No porque tuviese prejuicio alguno con el mandatario cordobés -su buena relación con el gobernador riojano lo hacía un interlocutor habitual más allá que el destino los enfrentara en la puja, nada menos, que por la presidencia de la república- sino porque lo que estaba proponiendo se levantaba contra una jugada tomada desde el corazón mismo de la Casa Rosada.

Mario Brodershon, Secretario de Hacienda de la Nación, había retenido los fondos coparticipables con los que La Rioja contaba para pagar sueldos a la administración pública. Ello había desatado una crisis provincial, con paro de los gremios estatales y un estado de violencia que los medios oficiales cubrían intensa e intensivamente durante todo el día.

Enterado Angeloz de la jugada me llamó a mi oficina, yo era el encargado de mantener la comunicación permanente con él cuando se trataba de cuestiones delicadas en las que desde el poder central se operaba en contra de alguno de los dos candidatos, ya que en el núcleo de las decisiones alfonsinistas temían tanto al populismo de Carlos Menem como a la definición claramente liberal del cordobés.

Y fue entonces que se dio el diálogo que transcribía en el comienzo de esta nota.

Esa misma madrugada dos camiones de caudales del Banco de Córdoba se detuvieron junto a otros tantos del Banco Provincia de La Rioja. Y a la luz de esa luna que solo puede encontrase en la puerta de los LLanos Riojanos, enmarcados por el Cruce de Patquía que lleva al visitante hacia la belleza de Chilecito o hacia la dura geografía de Olta, allí donde fue cobardemente asesinado el Chacho Peñaloza, el ansiado dinero para destrabar la situación quedó en manos del adversario de quien lo enviaba.

Mario Brodershon nunca supo como se las arregló Menem para pagar los sueldos. Pacificada la provincia llegó el dinero correspondiente de la coparticipación e inmediatamente los camiones del banco riojano desandaron el camino para devolver, en el mismo lugar de la primer cita, aquel inusual préstamo.

«Repito, yo no gano una elección con trampas. Dígale a Carlos que solo le pongo una condición, que nunca diga nada acerca de esto. No quiero que se tome como un acto de campaña», me dijo.

Y cumplí hasta hoy, cuando me enteré que ese hombre capaz de una actitud de semejante hidalguía, al que su propio partido crucificó con acusaciones de una corrupción que jamás pudo probar la justicia y que pasó los últimos años de su vida agobiado por el dolor, a pesar de las constantes muestras de cariño de su pueblo, nos había dejado para siempre.

Y me pareció que la mejor oración póstuma era contar aquella anécdota que nos recuerda que, en otros tiempos, la política también era cosa de caballeros.

Esta no es una nota para rencorosos o para quienes pongan por delante su juicio personal de la historia que siguió a aquellos días en el país. Es tan solo un recordatorio de un hombre capaz de entender que la victoria con malas artes no es tal y que una derrota en buena lid suele ser un triunfo interior gigantesco si se han respetado las reglas y cumplido con la conciencia.

Y así pensó y obró el hombre que hoy le dijo adiós a la vida para entrar en la historia.