EL GOBIERNO ESCRIBE LA TRAGICOMEDIA ARGENTINA

Decisiones erráticas, falta de contacto con la realidad, un polvorín interno apenas maquillado, papelones diplomáticos, falta de línea directriz y la sensación general de estar en un barco a la deriva. Y sin capitán a bordo…

La Argentina vive todo el tiempo entre la tragedia y la comedia. Ocurre que la primera es tan intensa, y afecta dolorosamente a tantas personas, que en el balance final pareciera que habitamos en uno de los círculos del infierno del Dante.

Mientras tanto somos capaces de paralizar el país por un partido de fútbol o llenar los destinos turísticos como si todo en nuestro entorno fuese fiesta permanente. Y aunque construyamos nuestra historia de pobreza y muerte -sea esta parte de nuestro pasado político o nuestro presente sin seguridad y sin justicia- todos sabemos que el camino elegido no puede llevarnos a otro destino que no sea el fracaso, el aislamiento y la lejanía de un mundo que avanza y que ya hace mucho dejó de vernos como parte de él para colocarnos en el vergonzoso lugar de los países poco confiables.

Y mientras el deterioro avanza pareciera que la clase gobernante, cualquiera sea su color político, solo atina a dar manotazos en la oscuridad que ella misma genera y ya no busca con la sociedad otra empatía que no sea la del discurso, la falsa promesa y un ocultamiento de la realidad que en más de una ocasión se construye desafiando las más elementales leyes de la razón y de la lógica.

Los papelones diplomáticos, hoy a la orden del día, son demostración de la falta de capacidad y profesionalismo de quienes están a cargo de algo tan importante en el mundo actual como son las relaciones internacionales. El uso de las decisiones como parte del relato ideológico pone en evidencia la carencia de sustento, la irresponsabilidad y la mediocridad de quienes tienen el deber ineludible de leer correctamente un escenario del que dependemos cada día más.

El riesgo país, disparado vaya a saber uno hasta que impensados niveles, no tiene solo que ver con los indicadores económicos; a nadie escapa que la falta de confianza en la capacidad del gobierno para resolver los problemas propios y heredados tiene influencia determinante en que cada día nos observen con más temor sobre lo que vendrá.

Y así se van sumando bochornos y traspiés que parecen pasar desapercibidos para una población acostumbrada en vivir hacia adentro con la misma falta de respeto a normas y compromisos con que lo hacemos de cara a los demás países. La anarquía frente al «deber ser» se nota cada vez más en la relación entre los argentinos como en la debida seriedad con quienes son nuestros socios y en no pocos casos sostenes.

No es entonces un gobierno lo que debemos cambiar: si no somos capaces de entender que lo que hay que modificar es la mirada del conjunto difícilmente salgamos alguna vez de este laberinto oscuro y peligroso en el que nos hemos metido.

Tal vez ha llegado el tiempo de concentrar el esfuerzo en las nuevas generaciones -que ya no disimulan su vocación por escapar del fracaso volando hacia un mundo globalizado y lleno de oportunidades- y entender que hay que volcar los recursos en educación y tecnología en vez de seguir dilapidándolos en un asistencialismo que se pretende como cara humana de la acción de gobierno mientras no es otra cosa que una condena a muerte para quienes son mantenidos en la marginalidad con el único destino de sobrevivir hasta el fin de sus días.

Una reforma fiscal, una agresiva política de generación de mano de obra -que deberá ser encarada por quienes sean beneficiados por ella con verdadera vocación de esfuerzo y sacrificio que deje de lado la permanente invocación de los derechos y de paso a la asunción paralela de los deberes– y un apoyo sin cortapisas al sector productivo y muy especialmente a la pequeña y mediana empresa, son las primeras medidas que sin dudarlo deben ser parte de un gran acuerdo entre sectores que nos ponga por fin en el camino hacia el círculo virtuoso.

Y sobre todo, terminar con las capas dirigenciales que en la política, el gremialismo y las organizaciones sociales se enriquecen del esfuerzo común y se quedan con la mayor parte del esfuerzo presupuestario del estado.

Un estado que debe estar presente, regular y controlar los excesos habituales en la Argentina del «sálvese quien pueda» pero dejar de ser territorio de políticos ambiciosos para cumplir con su destino de espacio manejado por profesionales, técnicos y especialistas.

No queda mucho tiempo, pero a veces ello supone una oportunidad y no un problema: el argentino, en la crisis, se vuelve creativo e inteligente.

Por eso… ni tragedia ni comedia… empecemos a escribir un libreto que se parezca a lo mejor de una historia que supimos alguna vez vivir y tenga el final que nuestro capital humano y físico tiene al alcance de la mano.

Antes que, al fin, ganen los malos.