La aportación exacta de las capitales del Golfo está llena de ambiguedades, y no por razones de táctica militar. Jordania ha confirmado que varios de sus aviones participan en los bombardeos en el norte de Siria contra bases yihadistas, pero no habla de sus objetivos. Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han acompañado con varios de sus cazas a los bombarderos norteamericanos, sin más precisiones, mientras que el más poderoso de los aliados árabes, Arabia Saudí, se limita a reconocer oficialmente su «cooperación» militar en las operaciones de castigo. El quinto, Catar, ofrece un tibio e indefinido «papel de apoyo».
Todos tienen poderosas razones políticas para actuar junto a Estados Unidos. Arabia Saudí, la primera potencia petrolera mundial, necesita mantener su privilegiada relación comercial con Washington, que sufrió un duro golpe después de los atentados del 11-S, concebidos y llevados a cabo por una mayoría de saudíes. Catar, la otra monarquía petrolera, es un monstruo económico con cuerpo pequeño (250.000 súbditos) y un poder fáctico mundial. Tanto uno como otro son periódicamente acusados de proteger y financiar el yihadismo mundial, por lo que la participación en la alianza de Obama contra el Estado Islámico les da una oportunidad de oro para lavar su imagen. Hace pocas semanas, el gobierno de Irak acusó a Arabia Saudí de estar en el origen del Estado Islámico, y le hizo responsable de las «masacres» de la población civil iraquí a manos de los yihadistas de negro.
Qatar, la mano que mece la cuna yihadista
Hace solo un mes el ministro alemán de Desarrollo Internacional, Gerd Mueller, implicó a Catar en el surgimiento del Estado Islámico; «Pregúntense quién les arma y financia, y la clave es: Catar».
Meses antes, el Departamento del Tesoro de EE.UU. calificó a un erudito y empresario catarí, Al Nuaimi, como «financiero de Al Qaida» en Siria, tras comprobar la entrega de cuantiosas sumas a ese grupo. El gobierno de Catar no ha iniciado ninguna acción contra Al Nuaimi.
No hay pruebas que vinculen directamente al rico emirato petrolero con los yihadistas del flamante «califato», pero sí muchas que demuestran el interés de Catar por financiar grupos armados islamistas que combaten en la región, en particular Hamás en la Franja de Gaza.
Los servicios de Inteligencia occidentales han comprobado además el envío de aviones cargados de armas desde Manama a Misrata, base de la milicia islamista que hoy controla Trípoli, y que tiene excelentes relaciones con el grupúsculo que asesinó al embajador en Libia Christopher Stevens.
Catar envía además armas y dinero al grupo rebelde «Los Libres de Siria», hoy enfrentado en ese país con las fuerzas del Estado Islámico por rivalidad territorial. Pero no fue siempre así. Hasta hace meses ambos compartían el control de Raqqa, hoy designada capital del «califato».
Arabia Saudí, petrodólares y wahabismo
Arabia Saudí mantiene desde hace tiempo un peligroso doble juego, entre el apoyo a los esfuerzos de Washington por combatir el extremismo islamista y la tolerancia oficial hacia el yihadismo que no atente directamente contra el régimen.
El difícil equilibrio está condicionado para Riad por su condición de primera potencia petrolera —necesitada por tanto de buenas relaciones con Washington y Europa—, y la alianza con la secta wahabí, hoy encabezada por el gran mufti Abdulá al Sheik . La primera autoridad religiosa y legal de Arabia Saudí ha condenado al Estado Islámico, pero no la práctica de la yihad que llevan a cabo en Siria otros grupos apoyados por Riad.
Pese a las garantías saudíes de que sus fondos y armas no están llegando al Estado Islámico, diversas fuentes aseguran lo contrario. Hace poco un dirigente kurdo que combate en Siria, Giwan Ibrahim, afirmó que las armas saudíes son repartidas a partes iguales entre los yihadistas sirios que apoya Riad y los del Estado Islámico.
Según la prensa norteamericana, el hombre clave en estas operaciones es el jefe de la Inteligencia, el príncipe Bandar bin Sultan, enemigo declarado de los intereses de EE.UU.
EE.UU. , las incoherencias de Obama
Obama se lleva también su dosis de hipocresía en el nuevo juego bélico-diplomático, dirigido a neutralizar o al menos debilitar al Estado Islámico, mucho más peligroso hoy que Al Qaida.
La campaña de bombardeos contra las bases del EI en el norte y este de Siria cuenta, necesariamente, con el placet del régimen de Assad, al que en teoría Estados Unidos sigue tratando de derrocar. Damasco fue informada —posiblemente consultada— de la campaña militar contra el EI, lo que supone un giro insólito de toda la estrategia regional de la Casa Blanca, que no ha sido consultada con el Congreso de los EE.UU.. Damasco no ha dado su permiso gratis al vuelo de los bombarderos norteamericanos sobre su espacio aéreo. Dada la negativa del presidente Obama a incluir tropas de tierra en la operación, el régimen de Assad cuenta con que los bombardeos norteamericanos limpiaran el terreno de insurgentes, y permitirán a su ejército recuperar posiciones sin sufrir pérdidas.
Washington está también cambiando su percepción respecto al movimiento chií libanés Hizbolá, considerado hasta ahora terrorista. Los archienemigos de Israel son ahora la mejor garantía militar frente a los intentos de los yihadistas suníes del EI de extender su guerra al Líbano. La nueva aproximación pragmática a Hizbolá es similar a la que ya lleva a cabo Obama con Irán.