Marcelo Tinelli supo aprovechar inteligentemente la presencia en el estudio de ShowMatch del diputado Martín Insaurralde acompañando a Jesica Cirio, participante del certámen de baile y novia del legislador, y logró montar un sainete en el que fueron protagonistas no tan sólo los presentes sino también Mauricio Macri, Daniel Scioli, Sergio Massa y, sin quererlo y tal vez ni siquiera saberlo, la propia Presidente Cristina Fernández de Kirchner.
Lo ocurrido anoche disparó una serie de reacciones en la dirigencia política -sobre todo en el oficialismo- que terminó por poner en evidencia el maridaje que existe hoy entre tan alta actividad pública y el mundo del espectáculo.
Porque en todos los casos los opinantes pisaron el palito…y hablaron en serio.
Y esa esa incapacidad de discernir hasta donde llega lo permanente e importante y en donde comienza tan sólo un divertimento, la que muestra a las claras que los mismos involucrados no tienen muy en claro cual es su rol, cual su representación y cual su impronta de un momento.
En algún momento de las últimas décadas las reglas de juego cambiaron en la Argentina. Hasta ese momento, que algunos identifican con el estilo menemista y otros más piadosos refieren como simple conclusión de un cambio de tiempo- política y farándula comenzaron a mezclarse sin lograr nunca ponerse a ellas mismas los límites y fronteras que evitaran cualquier confusión.
Ronald Reagan venía de ser un actor de Hollywood pero al momento de dedicarse de lleno a la política abandonó todo escenario del jet set.
Shwarzenegger fue Terminator hasta su lanzamiento como candidato y sólo volvió a los set al abandonar el mandato ocho años después.
Shirley Temple, aquella niña prodigio que enamoró al mundo entero, decidió un día dedicarse a la vida diplomática y nunca más aceptó ni siquiera la posibilidad de volver al escenario, más allá de millonarias ofertas que recibió para ello.
Estos y tantos otros son lo ejemplos que muestran que cuando se abre la puerta del servicio público es bueno cerrar la que da entrada al mundo farandulesco que, lejos de ser despreciable, es simplemente otra cosa, con otro fin y con otras reglas.
Observar esta confusión que tienen tanto los que quieren hacer política desde la farándula como los que quieren hacer farándula con la política, es reconocer con tristeza que en nuestro país se han perdido los parámetros del compromiso que cada uno debe tener con su actividad y con los demás.
Nada hay de criticable en la decisión que toman Insaurralde o su novia al mostrar su felicidad en la pantalla chica, como tampoco lo hay en que a algunos dirigentes o a algunos actores o a algunos periodistas les parezca mal.
Lo que asusta y preocupa es que todos se tomen en serio lo que debería ser tan sólo un paso de comedia.
Al que la gente común, como usted o yo, convertiremos en eso (comedia) o en drama de acuerdo a lo que nos parezca y sin necesidad de que nadie nos diga como son las cosas.
Aunque Tinelli no pueda usarnos para aumentar su hoy castigado rating.