No nos gusta lo que vemos a nuestro alrededor y estamos cansados de ser involuntarios protagonistas de peleas que no nos interesan ni representan.
A la mayoría de los argentinos no nos gusta el país que estamos viviendo. No estamos acostumbrados al agravio, al encono y a las divisiones, y tenemos además tantas cosas que resolver –nuestro presente, entre otras cosas- que nos parece un desperdicio perder un tiempo precioso en todas estas violencias conceptuales.
No nos gusta quedar detenidos en el tiempo observando como cientos de miles de ciudadanos ven desaparecer sus casas y sus cosas debajo del agua.
No nos gusta leer cada día que decenas de argentinos fueron asesinados, robados, golpeados y vejados.
No nos gusta observar nuestros hospitales caerse a pedazos y nuestras escuelas en estado calamitoso mientras los gobernantes, como una verdadera casta, viven una vida de lujos y comodidades que muchas veces rozan la obscenidad.
Y sobre todo…no nos gusta darnos cuenta que nos creen tontos, mansos hasta la esclavitud e incapaces de organizarnos para que las cosas cambien definitivamente.
Vivimos mal y lo que es peor nos hemos acostumbrado a hacerlo.
Nos sentimos humillados, y lo que es peor bajamos la cabeza y aceptamos la humillación.
No creemos en quienes nos dirigen, y lo que es peor comenzamos a sentir que ya no creeremos en nadie que surja de esta forma de hace política.
No nos gusta el país, no nos gusta la vida que en él hacemos y no nos gusta lo que alumbra detrás de la montaña de nuestra frustración.
Pero como en aquellos amores irrepetibles, sabemos que estaremos juntos para toda la vida y que entonces sería bueno tratar de que el otro deje de hacernos daño.
Y ese es el desafío, el objetivo y la necesidad…aunque no nos guste.