El «paro a la japonesa» y la insoportable levedad del ser

Por Adrián FreijoNos enamoramos de frases que nos parecen profundas, aunque lanzadas al viento sean solo fuegos de artificio. Una sociedad frívola que construye la realidad que le conviene.

En la década de 1970 los trabajadores japoneses lanzaron un método de lucha que consistía en sobreproducir para acumular stock, que además de implicar un costo para mantenerlo, provocaba la caída de los precios.

Japón es una pequeña isla, inteligentemente explotada, que se ha visto obligado a una política de stockeo permanente que le permita sostener el intenso comercio internacional. La provisión al mercado mundial de elementos fabricados en el país empujó a las empresas, fundamentalmente las electrónicas, a mantener inmensos depósitos de bienes que -ante un exceso de producción- empujan a la economía a entrar en colapso y caer en las distorsiones que citamos más arriba.

Tratando de eludir estas consecuencias Japón comenzó hace dos décadas una agresiva política de apertura de filiales en el mundo, buscando con ello una diversificación que quite presión al problema del equilibrio del mercado a través del stock, al mismo tiempo que se consigue una interesante nivel de capitalización que se ajusta a las nuevas leyes de un mercado global. Pero esa es otra historia…

Hablar entonces de paro «a la japonesa» en una economía como la argentina es, al menos, de una torpeza sobrecogedora. Sin stock, sin precio de mercado (ni mercado), con empresas fundidas y endeudadas, con leyes laborales que suponen un corsé que impide cualquier cambio de reglas haya o no una medida de fuerza, con los salarios ajustados por convenciones colectivas e impedidos de debate alguno entre las partes para ajustarlos a la realidad de cada empresa y el estado convertido en socio mayoritario del capital privado a partir de una presión fiscal que ya supera el 60% de los ingresos netos…¿de qué paro de esas características estamos hablando?. ¿Qué puede incidir trabajar de más con esas condiciones de la economía?.

Entonces más que paro a la japonesa deberíamos entender la necesidad de tener un sistema de justicia que no permita al estado que elija quien puede trabajar y quien no y que asegurara reglas iguales para todos. Y eso es lo que hoy está faltando en un país errático y sin normas en el que cada uno termina haciendo lo que quiere sin que aparezca en el horizonte el premio a la virtud y el castigo al exceso.

Habituados a enamorarnos de los nombres -que si no se les encuentra un sentido profundo terminan siendo cómodos maquillajes del desinterés y la incultura- ahora hablamos del «paro a la japonesa» como si hubiésemos descubierto la humedad en el pozo. Y en realidad lo que ahora estamos decidiendo es pasar por arriba a las autoridades y sus dictados y salir a la desesperada a buscar un sustento que se nos niega luego de 200 días de obligado parate sin medir siquiera el riesgo que para la salud pública ello puede suponer.

En la angustia, cambiamos sentido común por un  término que se nos ocurre novedoso y además justificatorio.

Mientras, como en la maravillosa obra de Milán Kundera, nuestro ser se debate en la duda interna y la insoportable levedad de resolver como sigue la verdadera historia.

Con o sin japoneses…