El riesgo argentino de convertir a los honestos en marginales

Por Adrián FreijoMientras la sociedad paga las consecuencias de  gobiernos que no saben o no quieren resolver sus problemas, la dirigencia se enfrasca en debates que no aportan y ni importan.

La Argentina siempre parece estar arrancando hacia un nuevo tiempo; y ese tiempo jamás llega. Desde los albores de la Patria los intentos por poner al país en el camino del desarrollo chocaron contra una pared de corrupción, fanatismo, violencia e incapacidad.

De la mano de semejante desatino siempre llegamos un siglo tarde a las olas del desarrollo universal y hoy, con más de docientos años de historia sobre el lomo, seguimos siendo aquel país bucólico, exportador de materias primas sin casi valor agregado y, sobre todo, cada vez menos importante en los mercados mundiales y en la mesa de decisiones.

Y esta vocación por el fracaso no se modificará mientras la pretenciosa dirigencia nacional siga siendo una cofradía que se cubre a sí misma de cualquier riesgo y encuentra en esa complicidad casi criminal un buen pretexto para seguir sin prepararse, capacitarse y manejar los resortes de la adminuistración del estado como debe hacerse en cualquier país serio que se precie de tal.

Las instituciones convertidas en verdaderos aguantaderos, los dineros públicos al servicio de negocios privados, la corrupción como constante de la acción estatal, la pobreza como rehén de los intereses políticos y la organización de la misma en verdaderos ejércitos de ocupación que serán lanzados para presionar y terminarán siendo pymes de las que se benefician sus propios conductores.

Todo está organizado en el país para que el atraso sea el norte y el dinero mal habido el premio.

Por estas horas asistimos al absurdo debate acerca de la protección que dan los fueros a los parlamentarios, e inclusive estiramos sin sustento alguno sus alcances al pretender que ellos impiden que la justicia avance sobre los bienes y propiedades de personas imputadas de cometer delitos contra la administración pública.

Saben los legisladores, y lo ocultan a sabiendas, que dicho privilegio solo alcanza a la libertad personal de los representantes y que aún en esa instancia el límite está entre las acusaciones que pudiesen recibir en el ámbito de su función pública y los delitos de índole privado, en los que no son otra cosa que uno más de nosotros.

Este debate, la demora en votar la ley de Prescripción de Domino que permitiría recuperar lo que nos han robado y la permanencia en el Senado de la Nación de quienes ya han recibido sentencia firme por delitos cometidos, pone a la Argentina en su peor momento institucional y nos hace pensar que solo un verdadero terremoto -impulsado por la fuerza de la ciudadanía- podrá evitar que tras esta pulseada histórica quede consagrada por siempre la impunidad en nuestra tierra.

Cuidado entonces…mientras nuestros dirigente debaten el sexo de los ángeles, la delincuencia trabaja para que en el corto tiempo los marginales seamos lo ciudadanos honestos.

Tal vez sea la última oportunidad de evitarlo….