El tridente «felí»: una lección para los líderes negativos

Hay jugadores técnicamente diferentes pero humanamente negativos. Otros que destacan por su técnica pero sobre todo por su calidad de personas.Estos hacen los grandes equipos.

Para entender el éxito del tridente del Barça, la delantera más explosiva en la historia del fútbol moderno, hay que salir de la cancha y olvidarse un rato de los goles prodigiosos, los desmarques fantasmales y los pases milimétricos.

Conviene, en cambio, detenerse en una imagen de hace dos semanas: Lionel Messi y Luis Suárez, vestidos de civil, parados en la puerta de una guardería de Castelldelfels a la espera de que salgan sus hijos. Dos amigos, en un día libre, a punto de pasar un buen rato en familia.

El argentino y el uruguayo se hicieron inseparables en un puñado de meses: viven a metros de distancia, comparten tardes de mate en el jardín de sus casas, sus esposas son compinches. Thiago Messi ya no llora cuando sale de clase si lo acompaña Benjamín Suárez, unos meses menor.

RELACIÓN SIN FRONTERAS
La llegada de Suárez significó una revolución tranquila en la vida de Messi y también en la de Neymar, el otro protagonista. Acercó más que nunca a los dos astros que habían congeniado en su primer año juntos, pero en un clima enrarecido a raíz del descomunal contrato secreto que el club pactó con Neymar y que causó un indisimulable malestar en el entorno de Messi.

«Son tres amigos. No hay celos ni egos y estamos hablando de los mejores del mundo. Es algo nunca visto en el ambiente del fútbol, siempre asociado con el divismo», los definía esta semana Gerard Piqué.

En la temporada que termina hicieron 120 goles en partidos oficiales (58 Messi, 38 Neymar y 24 Suárez) y batieron un récord de Ronaldo-Benzema- Higuaín (118) que se intuía insuperable. Ganaron la Liga y la Copa del Rey. Y ahora los espera la gloria en Berlín, cuando pasado mañana enfrenten a la Juventus en la final de la Liga de Campeones.

«Nunca lo vi a Leo tan cómodo en la cancha», confesaba Javier Mascherano tras el triunfo del domingo. Él resultó en gran medida artífice de la química del tridente. Fue el primero en entablar amistad con Suárez, cuando llegó a Barcelona golpeado por la suspensión que cargaba por el mordisco a Chiellini en el Mundial de Brasil y rodeado de dudas por los 80 millones que pagó el Barça por su pase. Messi recelaba. Otra vez se frustraba su deseo de compartir equipo con Sergio Agüero, amigo y compinche.

«El mate nos unió», contó Suárez cuando ya nadie lo cuestionaba. Mascherano, de enorme ascendencia sobre Messi, lo acercó al 10. El uruguayo se mudó apenas pudo al barrio de ellos, Bellamar.

Lo primero que le dijo Suárez a Messi fue que él no venía a robarle el protagonismo sino a aprender, recuerda Alejandro Balbi. Algo parecido hizo Neymar en 2013: jamás discutió quién era cabeza de cartel.

Al argentino lo persigue la fama de devorar grandes delanteros. Eto’o, Ibrahimovic o David Villa salieron del Barça por ser incapaces de compatibilizar con él.

En las tardes de mate en el jardín de los Messi, Suárez -todavía suspendido- se atropellaba imaginando cuál iba a ser su papel y cómo podía perfeccionar al mejor del mundo sin deslucirse a sí mismo.

«Siempre les dije a él y a Ney que yo arrastro a los centrales y ellos pueden entonces entrar por el medio», explicó días atrás. Ya había ejercido ese papel en el Liverpool, con Sterling y Sturridge. Creía que con Neymar y Messi podía ser el colmo.

El experimento empezó a cuajar en los entrenamientos, pero pasaron tres meses hasta que se notó en el campo. Neymar y Suárez —bromistas, siempre positivos, extrovertidos— fueron el sostén de Messi en enero durante los días de tensión con Luis Enrique, previos a la explosión de este Barça de ensueño. Lo hicieron sentir líder.

Mascherano y también Dani Alves, el celador de Neymar en Cataluña, sumaron su experiencia. Xavi se ocupó de serenar al técnico para sellar la paz.

El éxito coincidió con el ideal físico de Messi. La amistad con los Suárez lo ayudó a reacomodar su vida social después de la partida a Londres de Cesc Fábregas, íntimo desde la adolescencia.

El resto, sí, ocurrió sobre el césped. Hubo un momento simbólico en febrero durante un partido de Liga contra el Granada, cuando Suárez quedó frente al arco en condiciones de marcar su primer hat-trick y le cedió el gol a Messi.

Esa falta de egoísmo, impropia de delanteros estelares, la repitió Messi unas semanas después, contra el Córdoba. En plena goleada se tiró al suelo para empujar a la red una pelota que iba hacia Neymar. Le «robó» un gol con el que pasó en ese momento a Cristiano Ronaldo en la tabla de anotadores. En la jugada siguiente el árbitro cobró un penal y Messi se lo regaló al brasileño, con un abrazo y un pedido de disculpas, como si antes lo hubiera traicionado un instinto.

El tridente se hizo letal. Se asisten entre ellos, celebran los goles como si todos dieran un título, jamás se reprochan. A Messi no se lo puede imitar, pero sí complementar. El guerrero Suárez le abre caminos de gol. La astucia de Neymar embellece su talento como pasador. Los tres son su mejor versión.

Luis Enrique, siempre cauto en el elogio, dijo esta semana que el verdadero secreto de los tres goleadores es el constante trabajo invertido en acoplarlos. «Hay mucho esfuerzo. Esto no es darle a un botón y ya». A veces cuesta creerle.