EL ÚLTIMO OREJÓN DEL TARRO

Las próximas horas, signadas por un paro de actividades nacido bajo el signo de la desprolijidad, dejarán en evidencia el rol secundario que el ciudadano común tiene en la sociedad argentina. Seremos otra vez…el último orejón del tarro

Es verdad que los reclamos que, al menos en teoría, realizan los protestantes, tienen que ver con preocupaciones palpables del hombre de la calle. La inflación, el impuesto a las ganancias aplicado insólitamente sobre los salarios, la creciente pérdida del empleo o la inseguridad son males cotidianos con los que todos debemos lidiar y que ya hace mucho se ciernen sobre nosotros como una sombra presagiadota de tormentas personales y colectivas.

Y también es cierto que la impericia apabullante de un gobierno que no logra acertar dos medidas adecuadas ha despertado en la ciudadanía una sensación de hartazgo a la que se suma la preocupación por el aún largo camino que le toca recorrer de la mano de quienes hoy toman las decisiones.

Pero ocurre que todos percibimos que entre bambalinas esta es otra de las tantas luchas por el poder que jalonan la reciente y farragosa vida democrática argentina desde 1983.

También había motivos para protestar durante el gobierno de Raúl Alfonsín…pero todos sabíamos que aquellos trece paros generales sufridos por el mandatario radical escondían la urgencia del peronismo por hacerse con el poder.

La década menemista, con su estela de cierre de fábricas y pérdida de fuentes de trabajo, fue caldo de cultivo para protestas sociales que entre otras cosas dieron luz a los movimientos piqueteros que aún son dueños de rutas y calles en todo el territorio nacional.

Pero a nadie escapaba que tras el enojo social se agazapaba la inquina duhaldista que nunca terminó de digerir la jugada de la reelección y la postergación de las expectativas presidenciales del bonaerense.

Expectativas que luego terminaron con el tiempo de Fernando De la Rúa en la Rosada, si bien el anodino mandatario hizo todo lo posible para ayudar a su enconado desestabilizdor.

El tiempo de los Kirchner contó durante largos años con una dirigencia gremial que acompañó el autismo oficial frente a problemas que hoy se esgrimen como justificativos de las medidas pero que ya por entonces afectaban a los ciudadanos.

Las peleas internas, las luchas por intereses personales y esa sensación que tiene nuestra clase política de que todo es válido cuando el poder está en jugo, terminaron con aquella alianza y dispararon estos conflictos de hoy.

Y nosotros, los “de a pié” siempre en el medio, siempre esperando que las rencillas terminen y siempre soñando que cuando ello ocurra alguien se pondrá a pensar en serio en el futuro del país y de su gente.

Pero esa esperanza es vana y sólo queda entonces desear que la aceleración de la crisis termine por alumbrar un tiempo en el que, más por necesidad que por convicción, se comience a tomar las medidas conducentes a un verdadero proceso de desarrollo.

Que necesariamente deberá ser con nuevas formas democráticas (en las que las obligaciones sean de todos y no tan sólo de una clase media cada vez más golpeada y deteriorada), nuevas dirigencias y nuevas representaciones.

Un tiempo en el que la sociedad cumpla su rol dinamizador pero en el que el gobierno que venga tenga que ajustarse a la ley y a las necesidades del pueblo.

Un tiempo, en definitiva, en el que usted, yo y todos, dejemos de ser testigos y rehenes de luchas que no nos interesan, nada nos aportan y por cierto mucho no molestan.

Un tiempo que sea raramente republicano en un país habitualmente autoritario