España 2014 – Los hermanos Gasol, abanderados del poderío español

 

Por lo visto en la preparación para la Copa del Mundo, los Gasol son un 34% de los puntos de España -con un 28% de los tiros-; son un 39% de los rebotes; son el segundo (Marc) y el tercer (Pau) mejor pasador del equipo; son una hermandad que tapona una media de cuatro ataques rivales, son quienes más tiempo tuvieron de juego…

Puñales a un lado, blindados al correr hacia atrás. Un apellido que hace temblar el mundo, un lujo, la sangre de un sueño colectivo: la reconquista del planeta. Quieren ser, simplemente, como fueron, campeones, ocho años después del oro naciente, en Japón 2006.

«Pienso en ganar. Nadie se pasa 60 días encerrado para ir a por el bronce», dijo Marc Gasol en este diario. «Nuestro objetivo es llegar a la final y ganarla», viene repitiendo Pau Gasol, que ofrece un camino: «Tenemos que seguir aprovechando nuestro juego interior para dar ventaja a nuestros jugadores exteriores». Pero el principio está claro: se empieza por los pívots y, desde 2009, se empieza por los Gasol. Fue Sergio Scariolo quien, acuciado por el repliegue de Jorge Garbajosa, pensó en utilizar a los dos hermanos a un tiempo, algo así como encajar a dos gigantes en un minipiso de aquellos. Una lesión de Pau Gasol, en su primer entrenamiento, impidió el acoplamiento y, ante la quiebra de resultados en el Eurobasket de 2009, el seleccionador renunció a su propósito. En 2010 no hubo redención posible, con Pau de licencia. Pero, por fin, en 2011, el puzle encajó. Oro europeo, con Navarro genial y sus amigos Gasol inabordables para todo un continente. El siguiente verano más: cazaron la plata olímpica, permitiendo a la selección mantener, con esa excitación de taberna, el pulso contra Estados Unidos. A ésas vuelve. La revancha aguarda ya mismo. Y Scariolo, el padre de la bicefalia, se envalentona: «Yo no cambiaría el juego interior de España por el americano. No es sólo una cuestión de capacidad atlética o de talento, sino de jugar al baloncesto y saber ganar». El seleccionador adjunta «las contribuciones de Serge Ibaka, que ha explotado en ataque, y de Reyes», para llegar a la conclusión de que «las distancias entre España y Estados Unidos se redujeron respecto a 2008 y 2012, cuando se estuvo muy cerca». Sostiene: «No es sólo que falten algunos de los mejores americanos, que han sido sustituidos por jugadores de altísima calidad, es más una cuestión de la experiencia y de cambiar el chip al baloncesto FIBA. Eso les costó a los LeBron James, Carmelo Anthony, Kobe Bryant o Kevin Durant, estrellas NBA que ahora no están. Esa experiencia no la tiene la plantilla actual, por eso tengo sospechas sobre su respuesta». Y Pau también las tiene, emergen cuando dice: «Nosotros somos un equipo hecho; ellos, no».

Hay, por tanto, materia para considerar la Copa del Mundo, que comienza pasado mañana -España debuta ante Irán en Granada (22.00 horas)-, como una oportunidad para múltiples desquites. A saber: por las derrotas ante los USA en las dos últimas finales olímpicas; porque entre las escasas cuentas pendientes de la generación española está vencer a Estados Unidos en un partido con valor de medalla y porque, si un vahído cabe achacar a esta España es aquel del Eurobasket de Madrid, en 2007. Sobre el parqué quedó tendido Pau y su hermano Marc, con Navarro y Calderón, acudió a desenclavarlo. Levantaron un cuerpo sin espíritu. Es hora de exorcizar el Palacio de los Deportes, donde concluirá el Mundial (14 de septiembre) y lo que sea será por obra de un apellido común, que íntegra dos naturalezas.

«Marc era un currante». «Pau era bastante sobradito y un pelín vago». «Marc era un barrilete. Siempre tenía hambre. Recuerdo un día que salió de la cantina del colegio con una bolsa de tres o cuatro donuts, palmeras…». «Pau era un chico espigado». Son frases de sus profesores en la Escuela Llor, recogidas por Noelia Román en Los Gasol (La Esfera de los Libros, 2013). Aquella raza pervivió hasta entrada la madurez.

Rafa Vecina, ayudante de Pepu Hernández en la selección, recuerda su primer contacto con ambos, en el verano de 2006. «Pau necesita que se le compliquen las cosas. Se iba mentalmente de los entrenamientos si no le planteabas retos. Si le decías: ‘Llevo 10 minutos sin verte meter una con la izquierda’, entonces, metía tres seguidas. Pero si no, se relajaba. A Marc, sin embargo, había que pararlo. De hecho, le daba leña a su hermano, le ayudó a esforzarse». Hasta aquel punto, tampoco habían variado de forma crucial otros hábitos. «A Pau no le sobraba un gramo; Marc era un gordito simpático, parecía un búfalo», bromea Vecina, que recuerda aquellos días que cambiaron la trayectoria de Gasol mediano.

En la Federación tenían buenos informes sobre su capacidad de trabajo y para integrarse en un equipo, sin rechistar. Además, le intuían «con mucha ambición», tras «ser infravalorado» por Ivanovic en el Barça. «Cuando Pepu le llamó en 2006, se sorprendió porque estaba en Madrid o llegando. Venía de vacaciones, de Ibiza, creo, e iba a pasar a visitar a su hermano. Se suma de inmediato, sin zapatillas siquiera. Yo trabajaba con él por las mañanas. Le veía correr al trote cochinero y se ponía rápido a 170 pulsaciones. Pensé que no aguantaría. Sin embargo, en cinco días perdió cinco kilos o así. Arrasó a Sonseca y se ganó la plaza». Llegó para ocupar un vacío y acabó siendo crucial en la final del Mundial, en ausencia de su hermano y como una lapa sobre el griego Schortsanitis.
Desde entonces, la balanza de los Gasol se fue equilibrando y ahora costaría señalar quién es hermano de quién. En salario NBA, Marc (15 millones de dólares) dobla a Pau; en la selección, se mantiene la ascendencia del mayor, dentro de ese dúo dominante inaugurado en 2009 y revalidado con éxito en 2011 y 2012. «Sólo ellos, listos, polivantes, buenos pasadores -una facultad vinculada a la inteligencia- podían conseguir estar juntos al mismo tiempo siendo tan grandes. Porque son muy grandes, pero son más inteligentes que altos. Su juego no es de fuerza pura. Aunque tengan facultades para jugar de espaldas, contundentes, ninguno es tipo Dwight Howard, de los que mueven al defensor a espaldarazos».

El tiempo sacudió las espinas, pero inicialmente se sospechó de su compatibilidad en la cancha. «Nos obligaba a hacer cambios, a ir más despacio en ataque y, en defensa, a trabajar mucho cuando los rivales jugaban abiertos. Al principio, incluso Marc y Pau tenían una duda táctica y técnica de poder compartir espacio. Pero acabaron encontrando su sitio». Porque siendo tan distintos, coinciden en lo básico: inteligencia y generosidad, virtudes que afloran en el análisis de Rafa Vecina. «Muchas veces, le gritaba a Pau: ‘Acaba la jugada. ¿Por qué no la acabas?’. Y él respondía: ‘Hay que repartir protagonismo’. Saben que Navarro necesita tener su triple, que Rudy necesita su penetración… Marc aún es más desprendido, a lo Sabonis. Puede resolver en cada acción, pero disfruta repartiendo. Pasa como los ángeles».

Una tercera nota unifica a la estirpe Gasol: el compromiso. El propio Pau, en su reciente Vida (Lunwerg, 2014), un repaso gráfico de su carrera y filosofía, destinado sobre todo al público estadounidense, sintetiza: «En la selección todos recibimos la misma cantidad de dinero. No estamos ahí por el dinero. Jugamos por nuestro país; por todas las personas que nos apoyan y se identifican con nosotros». También él, y su hermano, acuden estimulados por un deseo personal, de superación. Ambiciosos al máximo. «Siempre fui un niño muy competitivo», arranca Pau en Vida, y completa su explicación con una anécdota: «Cuando jugaba con Marc, siempre intentaba ganarle, daba igual a lo que jugáramos: ping-pong, cartas, baloncesto… Cuando yo tenía 16 años y él 12, recuerdo una partida de ping-pong que le gané. Le vacilé: ‘No puedes ganarme. Soy demasiado bueno. Soy el hermano mayor’. Me lanzó la raqueta y me dio en la cabeza. Yo soy más cerebral. Él es más visceral». Yin y yang desde siempre, los poderes de España hoy, lo necesario para dominar el universo. En unos días, por qué no.

No hace falta esperar el dictamen del tiempo para poner en valor la importancia de Pau y Marc en la selección. Por supuesto que no me quiero olvidar de Juanqui, Calderón o Felipe, pero sobra decir también que sin los hermanos Gasol nada hubiera sido posible, y que con ellos, con ese compromiso y esfuerzo que siempre dedicaron a su equipo de los veranos, no hay retos infranqueables, tampoco este de 2014, seguramente el más difícil todavía.

Recuerdo sus primeros pasos con España. A Pau, en 2001, en aquel Eurobasket de Turquía que fue el punto de partida de los éxitos posteriores. Sus 31 puntos en el partido por el bronce contra Alemania, impresionante ya entonces. Y a Marc cinco años después, su esfuerzo en la final contra Grecia para paliar la ausencia de su hermano. Pero la estampa que jamás podré olvidar, por la mezcla de sensaciones, por lo dolorosa y significativa a la vez, fue cuando, en medio de la celebración del pase a la final de Saitama, de pronto todos nos dimos cuenta de que Pau, que se había lesionado unos instantes antes, seguía en el banquillo sin poder levantarse. Cuando llegamos, supimos rápidamente que aquello tenía mala pinta. Entre Marc y yo le cogimos en volandas para llevarlo al vestuario. Guardo con mucho cariño la foto de ese instante inolvidable.

En aquellos momentos de angustia se pone de manifiesto lo que ha sido la unión y el compañerismo en la selección durante los últimos años, clave en los éxitos sobre la pista. Todos estábamos hundidos porque habíamos perdido al mejor jugador antes de la final, pero porque encima es tu amigo. Cerramos filas ante la adversidad. Esa noche, los 12 compañeros bajamos a esperar a Pau a la recepción del hotel. Empujamos su silla de ruedas hasta el ascensor y ya enseguida surgieron las bromas que relajaron el ambiente. El día de la final todos salimos con aquellas camisetas con el lema «Pau también juega», la frase que resumía el sentimiento de todos. Por Pau había que hacer un esfuerzo extra, él merecía jugar la final con nosotros. Motivados por la desgracia de Pau logramos el oro de 2006, demostrando que, en este equipo, lo colectivo siempre estuvo por encima de lo individual. Esa solidaridad, ese compromiso, ese enorme grupo humano, que es la clave, sigue vigente ocho años después para afrontar el sueño y el desafío de 2014, porque los éxitos no cesaron, pero el hambre tampoco.