Francisco y la propiedad privada vista por la Iglesia

Por Adrián FreijoLo afirmado por el pontífice sobre que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada» no supone sorpresa o cambio doctrinario.

 

Las críticas a Francisco se han exacerbado por la publicación de la Encíclica “Hermanos todos” en la que el Papa afirma que “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada”.

Para muchos católicos en el mundo -y muy especialmente en la Argentina, donde la cuestión de la propiedad privada se encuentra hoy en una controversia por ahora más forzada que real- el jefe de la Iglesia habría incurrido en una desviación doctrinal e inclusive mostrado el perfil marxista que muchos de sus detractores le endilgan desde el comienzo mismo de su papado.

Nada más lejano a la realidad. Con sus afirmaciones Francisco continúa una larga tradición conceptual de Roma que solo ha tenido vaivenes estratégicos en etapas mundiales en las que el avance sobre la propiedad privada obligó a la Iglesia a recostarse sobre miradas más conservadoras, aunque nunca negar la función social consagrada en el Concilio Vaticano II y sostenida por todos los papados posteriores en ricas encíclicas que tuvieron al respecto una única orientación.

Digamos en primer lugar que la propiedad es una institución de derecho civil, con grandes implicaciones sociales y políticas, cuyo examen técnico’ jurídico no incumbe a la Iglesia ni al Concilio como asamblea. Queda entonces claro que la mirada del Vaticano sobre la cuestión no tiene otro sentido que una línea orientativa para el católico pero no supone una imposición legal o moral sobre los gobiernos que cada nación elija para sí.

La doctrina del Concilio acerca de la propiedad se encuentra contenida en la «Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy», promulgada el 7 de diciembre de i965 y conocida también con el nombre de Gaudium et Spes por sus primeras palabras y se trata de un conjunto ordenado de principios básicos, susceptibles de desarrollo posterior y de aplicación matizada según los momentos y países

Allí se sostiene que «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todo el género humano. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás se debe perder de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no les aprovechen a él solamente, sino también a los demás».

Esta definición debería ser suficiente para agotar cualquier debate acerca de lo afirmado por Francisco.

Porque remontándonos a los Padres de la Iglesia, que vivían en una sociedad en la que se abusaba frecuentemente de la propiedad, condenaron rotundamente ese abuso en textos que proclaman el destino común de los bienes. San. Juan Crisóstomo afirma: «Dios nos ha dado el Sol, los astros, los cielos, los elementos, los ríos, de los que gozamos en común; nada de esto es propiedad particular. Sobre ellos no nace ni licencia ni proceso. He aquí la imagen y la ley de la Naturaleza. Si Dios ha hecho comunes estas cosas ha sido ciertamente, para enseñarnos a poseer en común todo lo demás»

Con el advenimiento del sistema comunista y el peso mundial que tomó a partir de la Revolución Rusa de 1917 y el nacimiento de la Unión Soviética, la necesidad de defender la institución de la propiedad, gravemente atacada, llevó a la doctrina católica contemporánea a desplazar el acento de donde lo había puesto la doctrina tradicional.

Y el orden de exposición se invirtió: se hablaba en primer término de derecho de propiedad garantizado por Dios, y luego de la importancia de que todos los hombres tengan acceso a esa propiedad. Así el «destino común» perdía así el carácter fundamental y primero que en la doctrina tradicional tuvo, mientras que la propiedad privada pasaba a primer plano absorbiendo la idea de un derecho divino que Santo Tomás había reservado al destino común.

Cancelado aquel riesgo se produjo el retorno a la vieja doctrina, volviendo a colocar los dos principios en el orden que antes tuvieron: destino de los bienes y derecho a la propiedad privada. Lo propio en función del bien común.

 Ya en la Rerum Novarum  sostuvo León XIII los fundamentos, naturaleza y límites de aquel derecho y avisa que la propiedad debe ser respetada por el Estado, robustecida y no recargada excesivamente con impuestos, procurándose el aumento de los pequeños propietarios. Claramente no solo reafirma el derecho sino que impone al estado límites realistas con respecto a la presión que, bajo cualquier pretexto, pueda ejercer sobre el mismo.

Lo que hoy está en controversia frente a la creación del mal llamado impuesto a la riqueza que termina afectando de manera excepcional a muchos argentinos de clase media y a los bienes productivos que han generado.

Los textos de León XIII, Pío XI, Pío XII y Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II han venido defendiendo la propiedad como un derecho natural en el sentido de que la institución se induce de la naturaleza íntima del hombre considerado en sus aspectos más profundos, y su tendencia a la apropiación que la propia Iglesia considera un hecho o dimensión natural del vivir humano.

Por ella el hombre, impulsado por sus necesidades y movido por sus instintos, va haciendo «suyas» muchas cosas, materiales e inmateriales, a lo largo de su existencia, hasta el punto de que, si se le ha definido ya como «animal político», «animal metafísico» y «animal religioso», se le podría también describir como «animal propietario».

Y si en las tres caracterizaciones primeras la razón y las leyes lo empujan a la función social, justo es que como propietario también ponga sus bienes al servicio de la comunidad.

Justamente lo que sostuvo Francisco, para escándalo de quienes no quieren o no pueden ver más allá de sus propias narices.