Juan Curuchet: siete años después el recuerdo sigue intacto

A siete años del triunfo de Juan Curuchet en Beijing, la periodista Florencia Cordero recuerda aquella jornada en una crónica en la que deporte y humanidad se funden en un solo sentimiento

Mucho calor en China, una Beijing sofocante y con una humedad insoportable. Así era el clima que se vivía allá por 2008 aquella jornada inolvidable que se coronó con el logro más importante para el deporte de Mar del Plata. El momento más emotivo de mi vida como periodista.

Por Florencia Cordero

Por Florencia Cordero

En la vorágine de la cobertura periodística de los Juegos Olímpicos hay que tomar decisiones permanentemente. A veces hay que dejarse llevar por la intuición para elegir en qué lugar hay que estar para no perder lo importante. Más allá de algunas presunciones, nadie sabe fehacientemente, en cada caso, cuándo y dónde un argentino se va a colgar una medalla. Puede haber una posibilidad, pero no certezas.

Pero ese día no había razón para dudar. Para mí era una fija estar en el Velódromo Laoshan el 19 de agosto. En el cargado calendario de competencias de Beijing 2008 había una cita de honor que era estar presente en el retiro de Juan Curuchet, a sus 43 años, en su última incursión olímpica junto a Walter Pérez en la prueba Americana o Madison.

Es cierto que ese mismo día, unas horas más tarde, en las semifinales del fútbol, Argentina jugaba ante Brasil en el Estadio de Los Trabajadores con figuras estelares como Lionel Messi y Ronaldinho. Un programa más que atractivo y, para varios periodistas, la única actividad prevista para ese día.

En las eventuales charlas entre colegas en el Centro de Prensa (IBC) planificando traslados, eligiendo competencias a cubrir e intercambiando información, esa tarde no dejaba de mirar el reloj esperando la hora de salida del micro hacia el Velódromo porque estaba segura de que algo importante iba a pasar allá.

Antes de salir, conversando con algunos periodistas, les comento que Curuchet y Pérez están muy bien preparados, que hicieron una estrategia en la preparación para sorprender hoy, que es el broche de oro de una trayectoria impecable, el orgullo de Mar del Plata… y repito una y otra vez que vayan, que tienen que estar ahí. Tanto insistí que mientras trataba de convencer a todos, dejé pasar uno de los micros (salían cada 20 minutos) para asegurarme de que vinieran conmigo.

El carril olímpico nos depositaría en el escenario del ciclismo en 43 minutos. Era bastante lejos como para dudar si ir o no para aquellos que querían llegar temprano al fútbol. Los que decidieron ir ya estaban listos para partir, pero un periodista desistió y tiró: “Che, yo no voy. Decile a Curuchet que si no llego arranque, eh…”

periodistasFinalmente, un grupo de unos ocho o nueve periodistas argentinos salimos juntos para el Velódromo. Compartimos el recorrido del micro con colegas de distintos países, pero sólo se escuchaban las voces argentas que, en tono de broma, decían: “¿Qué hacemos acá yendo a ver la última carrera de un veterano?”, “Periodista de Mar del Plata tenía que ser para convencernos de esto”, y otras frases socarronas de las que yo era la única destinataria. Los periodistas de otros países se reían siendo testigos de la típica “gastada” nuestra,  así como lo reflejó el periodista colombiano Enrique Delgado de Terra en su artículo.

Llegamos al Velódromo y se acabaron las risas. A trabajar. Con el tiempo justo nos ubicamos en la tribuna de prensa y empezamos a sufrir todos juntos la hazaña que estábamos por presenciar. Después de momentos de alta tensión en una prueba electrizante, el tablero electrónico confirmaba que Argentina había ganado la medalla de oro. Nos abrazamos, lloramos,  gritamos…  La emoción nos superó a todos y hubo miradas cargadas de palabras. Hasta me pareció que algunos decían: “Menos mal que vine”.