Elisabeth Kalhammer, la joven austriaca que sirvió al dictador y a Eva Braun, conocía las manías dietéticas del führer y sus férreas reglas domésticas
Incluso el peor de los tiranos necesita servicio, y quien sirvió a Hitler conocía algunas de sus debilidades, además de saber sus gustos. En el caso de Hitler, la que fuera su criada, Elisabeth Kalhammer, de origen austriaco, sabía todo eso. Por ejemplo, que durante sus largas estancias en Berghof, el führer quería tener a mano su pastel favorito, por la noche. En las largas veladas de quien quería conquistar el mundo a sangre y fuego, no podía faltar este pastel realizado con manzanas, pasas y nueces.
«Le encantaban los dulces», ha relatado Kalhammer, encargada de que nunca faltara el «führer cake» al acabar el día. Sin embargo, para ser un obstinado por la dieta, al que le encantaban los piscolabis, también había que tratarle de modo diferente por la mañana. Hay que recordar que a menudo dormía hasta las 14h y que ese fue el problema del Día D, cuando sus asistentes militares no se atrevieron a despertarle con la noticia del desembarco, en parte porque todos, incluso él, creían gracias al espía español «Garbo» que se trataba de una diversión, un señuelo.
Pensar sí, hablar no
A la criada austriaca de Hitler se le exigían férreas normas: «Podía pensar, pero no hablar», según relató en una entrevista televisada. Había contestado a un anuncio de un periódico en 1943 y acabó trabajando como empleada doméstica del führer. Aquél anuncio decía: «Se busca empleada doméstica. Lugar de trabajo: Berghof en Obersalzberg, en el Berchtesgaden bávaro».
Fue una Oficina de empleo, la de Wels quien acabó seleccionando a una joven de 22 años entre todas las candidatas. Setenta años después, a pesar de ser nonagenaria, recuerda el temor que sintió su primer día de trabajo.
Confesó en la entrevista que su madre le había pedido que no se presentase, pero la presión era enorme y quienes le contrataron le dijeron que muchas mujeres estarían encantadas de poder tener ese trabajo, una oportunidad de conocer al hombre más poderoso de Alemania. La joven criada entonces tuvo que pasar los dos controles de seguridad que rodeaban la casa de Hitler.
Altos secretos
Kalhammer recuerda que, a su llegada, «La casa estaba llena de invitados y el führer estaba allí». Así que se incorporó de inmediato. Le advirtieron gravemente sobre la necesidad de mantener la confidencialidad de todo lo que oyese: «Lo que se hable en la casa, no puede salir de ella. Si no se cumple será castigada con la prohibición de salir de casa». Por ello, Hitler reservaba a unos pocos empleados de confianza el acceso a sus «cámaras privadas».
La casa de los Hitler
A ella le llamaban Lisbeth, y durante los casi dos años de contrato pasó sus horas lavando, cosiendo, y también limpiando la casa de los Hitler. Para la nueva empleada resultaba mucho menos temible la presencia de Eva Braun, porque además de su elegancia era más amable. Era la señora de la casa, aunque Hitler y ella no estuvieran casados. Kalhammer recuerda que unas Navidades la señora le regaló lana con la intención de que tejiese calcetines para los soldados del frente oriental. Realizó varios e incluso pudo enviarle un par a su propio hermano.
Solo bebía agua caliente
El respeto por el tormentoso dictador le lleva a recordar con cierto alivio que «nunca me encontré con Hitler y no tuve que hablar con él». Eso sí, sabía todos sus gustos y por su puesto tenía que respetar sus manías, entre ellas la de los citados pasteles. «Hitler seguía una estricta dieta para la que tenía a su propia cocinera y sólo bebía agua caliente. Pero bien entrada la noche, Hitler se escapaba hasta la cocina donde no podíamos dejar sin preparar uno de los esos ’pasteles del führer’: un pastel de varias capas de manzana con nueces y pasas», revela. Tampoco podían observarle cuando salía a pasear, sino que solo podían atisbarle a través de los visillos
El bunker y los negros
El 14 de julio de 1944 fue la última vez que vieron a Hitler en Berghof, seis días antes del atentado del Coronel Claus Schenk Graf von Stauffenberg, el de la operación Walkiria, del que salió ligeramente herido y del que se acaban de cumplir 70 años. «A partir de ese momento, creció el nerviosismo en Berghof y los trabajadores debían comenzar a llevar los tesoros de Hitler al bunker para el que había que bajar 95 escalones», indica. Entre las cosas que había que trasladar al bunker había un gran número de libros, cuadros y espejos.
El avance de los aliados fue transformado en un continuo cuento de terror: «Para que no saliéramos huyendo nos contaban que los negros venían a cortarnos el pelo y a violarnos». Sin embargo, ella desobedeció la orden y huyó. Con ayuda de una amiga llegó dos días antes del final de la guerra a casa de su madre.