Cerca de la Navidad vuelve a aparecer el viejo debate acerca del papel de José en la historia de María y su hijo Jesús. Sin embargo, para el creyente, todo está claro.
Según san Mateo, José estuvieron a punto de divorciarse de su esposa María al enterarse de que ella estaba embarazada, “como José era justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).
Por el texto, vemos que José decide abandonarla al enterarse de su embarazo, y de que el hijo que esperaba no era suyo. Pero, ¿por qué María no le contó la verdad, si nadie le había prohibido hacerlo? ¿Por qué Dios le reveló sólo a ella lo de la concepción virginal, y no a José? ¿Dudó realmente éste de la fidelidad de su esposa?
Sin entrar aquí a plantear la veracidad del episodio, que así como está no pretende ser histórico, intentemos responder a esas preguntas suscitadas por el relato de Mateo.
Según la costumbre de la época, los jóvenes se casaban a una edad temprana: los varones a los 17 años y las niñas a los 13. Y la elección de la pareja corría por cuenta de los padres. Una vez elegidos los candidatos, se llevaba a cabo la primera fase del matrimonio, llamada quidushín (“consagración”). Era un compromiso formal, y los jóvenes se consideraban ya verdaderos esposos, aunque todavía no iban a vivir juntos debido a la corta edad de la joven. Esta etapa duraba un año. Luego venía la segunda fase del matrimonio, el nissuín (“elevación”). Era la boda propiamente dicha, celebrada con una gran fiesta, a partir de la cual comenzaban a vivir juntos.
Fue entre el quidushín y el nissuín cuando según el Evangelio María quedó embarazada. Así lo especifica Mateo: “María estaba comprometida con José. Pero antes de que empezaran a vivir juntos, ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo” (Mt 1,18-19).
Es en este momento cuando José decide abandonar a María. ¿Por qué? El evangelista dice que “porque era justo” (Mt 1,19). Pero ¿qué tiene que ver su justicia con el hecho de abandonar a su mujer?
Muchos autores sostienen que “justo” significa “cumplidor de la Ley”. José está convencido de que María ha cometido adulterio; y como la Ley de Moisés ordenaba que la adúltera fuera repudiada por su marido (Dt 22,20-21), José decide cumplir la Ley y abandonarla. Pero esto es inaceptable, porque la Ley de Moisés ordenaba al marido repudiar “públicamente” a la mujer (Dt 22,21); y José decide repudiarla en secreto. Por lo tanto, no estaría cumpliendo la Ley mosaica sino violándola.
Todos los intentos de explicar por qué José quiere abandonar a María fracasan, si pensamos que José sospechaba de su infidelidad. Por eso actualmente los biblistas han propuesto otra explicación. Según ésta, José desde siempre conoció el misterio de María, y supo que el niño venía del Espíritu Santo. Por eso no dudó de ella, ni pensó que lo hubiera engañado. Esto se deduce perfectamente de la manera como Mateo comienza su relato. En efecto, éste dice: “El nacimiento de Jesucristo fue así: María estaba comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran a vivir juntos, ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo” (Mt 1,18).
Mateo empieza dando tres informaciones al lector: a) que María estaba comprometida con José; b) que aún no habían convivido; c) que ella quedó embarazada del Espíritu Santo. Nosotros cuando leemos el texto suponemos que José sólo conocía dos, de estas tres informaciones: la primera (que ambos estaban comprometidos) y la segunda (que no habían hecho vida íntima). Pero pensamos que desconocía la tercera (que el embarazo era del Espíritu Santo). ¿Y por qué? Si la narración enumera juntos los tres datos, y luego presenta a José analizando el dilema que surge de los tres, ¿por qué va a conocer sólo dos? Es lógico suponer que, para Mateo, José conocía las tres informaciones, y trataba de buscar una solución para ellas.
Pero si José sabía del embarazo divino de su mujer, ¿por qué dice Mateo que un ángel le avisa en sueños que el hijo de María es del Espíritu Santo? En realidad las palabras del ángel están mal traducidas. Las Biblias suelen decir que el ángel exclamó: “José, no tengas miedo en tomar contigo a María, porque lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús” (Mt 1,20-21).
Pero en realidad el texto griego no dice “porque”, sino “porque si bien”. Así, el mensaje del ángel cambia totalmente, y queda: “José, no tengas miedo en tomar contigo a María, porque si bien lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo, dará a luz a un hijo a quien tú pondrás por nombre Jesús”.
En ese caso, lo que el ángel informa a José no es que el hijo viene del Espíritu Santo (cosa que ya sabía), sino que José le pondría por nombre Jesús (cosa que él desconocía).
Con estos nuevos datos, tratemos de explicar el relato de Mateo.
José y María, dos jóvenes de 17 y 13 años, estaban comprometidos. Habían concretado la primera fase del matrimonio (el quidushín), y esperaban pronto poder ir a vivir juntos. Pero en el entretiempo María fue elegida por Dios como madre de su divino Hijo. José entonces se encontró frente a un serio problema. Él había elegido a María para que fuera su esposa y la madre de sus hijos, y ahora se da con que Dios también se ha fijado en ella, y también él la ha elegido como madre de su Hijo.
¿Cómo competir con Dios por el amor de una muchacha? No podía. Tampoco podía apropiarse de un hijo que no era suyo. Entonces por fin se aclara la decisión de José. Como era justo, no quiso apoderarse de un hijo que no le pertenecía, ni de la mujer que Dios había elegido para iniciar su plan de salvación. Por eso resolvió dejarla libre del compromiso contraído, y divorciarse en secreto.
Pero en sueños un ángel le advierte que se quede con ella (es decir, que celebre el nissuín), porque si bien el hijo que ella espera es de Dios, será él quien le pondrá el nombre de Jesús (es decir, se hará cargo de él). En otras palabras, Dios le pide que se quede junto a María porque no sólo ella ha sido elegida, sino también él tiene una misión. Al ser de la familia de David, adoptándolo como hijo lo transformará en descendiente del famoso rey. Y así podrá cumplirse la profecía de que Jesús será “hijo de David”.
Solemos tener una imagen triste y descolorida de José. Lo consideramos casi un pobre hombre (cuando no anciano), manso y sufrido, que mes tras mes debió ver crecer el vientre de su esposa, mientras por dentro lo consumía la amargura. Lo imaginamos desorientado, luchando entre la confianza y la duda, entre el amor y los celos, incapaz de comprender el misterio de la encarnación, que sólo María conocía.
Pero el José del Evangelio nunca dudó de María. Lo supo todo desde el principio. Su única duda fue si Dios lo quería o no al lado de su mujer. Y Dios le hizo saber que sí.
Hoy los cristianos hemos elevado enormemente a María, pero no a José. En la liturgia tenemos infinidad de fiestas de la Virgen, pero sólo dos de san José. Los mismos estudios de Mariología dan la impresión de que ella no hubiera sido casada, que se hubiera santificado fuera del contexto matrimonial y familiar. Incluso nuestras devociones, imágenes y pinturas se centran casi exclusivamente en ella, y prescinden de José. Hemos separado lo que Dios ha unido.
Pero María y José amaron a Dios en equipo. Se santificaron juntos. El uno con el otro. El uno gracias al otro. Por eso, hoy en día en que tantas familias atraviesan momentos de crisis, y que la Iglesia no dispone de modelos conyugales, conviene recordar que José se santificó en familia, unido en amor eterno a su esposa María