JUSTICIA SALVAJE

La Cámara de Casación ordenó que el ex vicepresidente Amado Boudou ingresase por tercera vez a prisión. Las idas y vueltas ponen en controversia el equilibrio entre justicia y derechos humanos.

Amado Boudou fue una de las figuras emblemáticas de la era kirchnerista. Seguramente por sus hoy comprobados actos de corrupción y también por el desparpajo con el que mostraba a cada paso su convicción de impunidad.

Tal vez como nunca antes en la historia política moderna, el marplatense se convirtió en el símbolo de un tiempo de abusos y violaciones a la ley, en el que el relato acomodado a las conveniencias del poder de turno servía de telón de fondo a un latrocinio sin parangón en la vida nacional.

Y seguramente por todo eso deberá pagar con la pérdida de su libertad, en el tiempo en el que la ley lo confirme, su protagonismo para olvidar y sobre todo no repetir.

Pero lo que se está haciendo con su persona roza ya la violación a derechos humanos elementales. Por tercera vez deberá ahora entrar a la cárcel por el mismo delito.

Después de aquellas humillantes imágenes de su primera detención, el hombre pasó un tiempo en la cárcel, fue liberado, vuelto a encarcelar y otra vez puesto en la calle.

Ahora, una vez más, volverá tras las rejas…

Y la sensación de una justicia salvaje, inhumana y manipulada políticamente sigue ocupando el centro de la escena del desencanto nacional. Aunque los cultores del fanatismo -y la venganza es una de sus peores expresiones- puedan divertirse con esta imagen propia de un país tribal en el que la vida humana se convierte en juguete de maniobras siempre vinculadas al interés político del poderoso de turno.

Argentina necesita una justicia madura, serena y previsible. Si las reglas a seguir caen en manos de jueces incapaces de entender al semejante -aún al reo- como alguien digno de respeto, nuestra sociedad nunca sabrá cual es el camino correcto hacia una civilidad  sostenida. Y las venganzas de hoy cederán paso a las de mañana…como siempre ocurrió a lo largo de nuestra historia.

¿Es tan difícil entender que más allá del odio asoma la necesidad de que las leyes no se conviertan en instrumento de escarnio público y ventaja política?, ¿podremos alguna vez comprender que los excesos que el otro padece podemos sufrirlos mañana en carne propia?.

Eso sin entrar a analizar la gravedad institucional que para un país suponen tribunales con visiones tan diferentes acerca de lo que debe ser. Hoy te encarcelan, mañana te sueltan y pasado…otra vez a la cárcel. ¿Es que no hay jurisprudencia ni doctrina de aplicación?

Aboguemos entonces por una administración de justicia que se limite a tener presos a quienes lo merecen y libres a quienes no representen un riesgo para la sociedad ni para el proceso. Y terminemos con la calesita empujada por el poderoso.

¿Se entiende?.