LA ETERNA OPCIÓN

El actual oficialismo y el que se fue parecen condenarnos a elegir entre Guatemala y Guatepeor. De un populismo vacío y plagado de corrupción a un sistema en el que siempre pierde el más débil. ¿Cuál es entonces el camino?.

Todo parece indicar que el S. XXI no será recordado como «argentino friendly», o al menos eso pasará con sus dos primeras décadas.

Lo iniciamos en medio de una crisis que parecía terminal, casi en la anarquía política y sin que apareciese en el horizonte una respuesta a la disolución en la que nos encontrábamos como país. Un milagro, y la inteligencia de unos pocos, pudo evitar males que hoy -a pesar del poco tiempo transcurrido- son difíciles siquiera de imaginar.

Siguieron doce años de una Argentina aislada de la realidad, del mundo y de ella misma. La petulancia de creer que podíamos arreglarnos solos, o con la ayuda de revolucionarios de baja estofa que a la hora de prestarnos dinero se convertían en pujantes capitalistas, nos llevó a vivir una ficción sostenida en relatos, datos mentirosos y la búsqueda permanente de enemigos imaginarios que poco a poco sirvieron de pretexto para atropellar libertades básicas y, sobre todo, esconder la corrupción más escandalosa que se haya conocido en la historia de la nación.

De todo ese delirio quisimos escapar en 2015, sin tomar nota de la gigantesca grieta que se había abierto en el alma de los argentinos y que nos colocaba -en idénticas mitades- de uno u otro lado de su triste realidad. Pero quienes habíamos elegido para resolverlo también parecieron conformarse con la mediocridad del mensaje ñoño y los consejos de tanto experto en comunicación y marketing  que parecen no haber aprendido en la vida lo que mamaron en los libros.

Y como aquellos se concentraban en sus negocios «tirando un hueso a la gente», que lo lamía feliz sin darse cuenta del precio que pagaba por él, estos avanzan sobre los bienes del país pero ni siquiera se preocupan por el sufrimiento de una sociedad que observa como se le hace cuesta arriba llegar a sus necesidades mínimas.

Demagogos sin límites o avaros sin regla, lo cierto es que sobre el final de esta segunda década argentina quienes nos gobiernan siguen siendo integrantes de pequeñas sectas sin vocación de grandeza ni interés alguno por el prójimo.

Y mientras no aparezca en el horizonte quien quiera y sepa encontrar el justo equilibrio entre la generación de riquezas, el cumplimiento de los compromisos contraídos y la distribución de sus beneficios entre los habitantes, estaremos rebotando entre dos opciones perversas que convierten a la democracia ora en demagogia ora en sectarismo.

Pero siempre corrupta, mal gestionada y sin patriotismo. Casi un ADN de la vida política del país que siempre vivió entre Guatemala y Guatepeor….