LA FALTA DE AUTOCRÍTICA QUE ESCONDE EL VERDADERO PLAN

Estalló la economía, todos los cálculos que el gobierno hizo sobre los alcances de la pandemia fueron equivocados y sin embargo, parados en el incendio monetario y de salud, el presidente y su equipo nos miran con cara de «yo no fui».

Si Mauricio Macri hizo todo mal y dejó un país quebrado poco tiene que ver con la disparada del dólar, el estallido de un plan que nunca existió y la contundente muestra de pérdida de confianza que la sociedad dedica a un gobierno que ya al estallar la pandemia venía demostrando no tener muy en claro que era lo que había que hacer con la economía.

Aquel «no creo en los planes económicos» del presidente no fue otra cosa que la puesta en claro de que la improvisación le había ganado a la planificación y que todos estábamos a expensas de lo que el destino resolviese que tenía que pasar.

Y el destino resolvió...vaya si resolvió.

Y lo hizo con la circunstancia tan trágica como novedosa de un virus y con la ya tradicional y reiterada de los argentinos corriendo a refugiarse en el dólar como cada vez que perciben que todo lo que se comunica desde el gobierno es mentira y que ella está más vinculada a la impotencia y la incapacidad que al deseo perverso (y estúpido) de que las cosas vayan mal.

Mientras esta explosión se gestaba, el presidente y su extravagante «gobierno de científicos» no paraba de equivocarse en el diagnóstico y tratamiento de la crisis sanitaria. Todo mal encarado, peor diagnosticado y con consecuencias funestas para el país: primero mundialmente en la relación de contagios por millón de habitantes y ahora también en el de muertes por la infección.

Todo bajo el paraguas de un oficialismo dividido y disparatado en el que una agenda sólo útil a los intereses de alguno de sus miembros ganaba el centro de la escena mientras quedaba al costado del camino lo que ciertamente importaba a la sociedad. Al mismo tiempo que a todos nos ganaba una duda que servía además para alimentar la crisis y la desconfianza: ¿es realmente Alberto quién gobierna?.

Más allá de las ñoñas desmentidas, supuestos sarcasmos y caritas despreciativas de los dirigentes del oficialismo, todos en Balcarce 50 saben que la duda está clavada en el corazón de la sociedad y que con ella no se puede seguir mucho tiempo más. No sé puede, sin correr el riesgo de que la doble crisis se convierta en triple y lo que entre en un tirabuzón imparable sea la misma institucionalidad.

Y el primer paso para evitar la catástrofe -de la que ya se puede hablar sin que pueda colgarse a quien lo hace el sayo de alarmista o desestabilizante- sería una autocrítica del presidente y su gobierno acerca de los errores cometidos.

Porque algo falló del «no plan» económico y también salió mal en la mirada que se posó sobre la pandemia, su tratamiento, el tiempo de aislamiento y la comparación con otros países de la tierra a los que llegamos a poner como el ejemplo a no seguir y hoy han dejado atrás la crisis, con menos muertos y  con menos daño económico. Pero Alberto Fernández parece elegir el silencio, pasar por alto la necesidad ciudadana de una explicación y seguir adelante como si todos los errores fuesen imputables a una mano invisible a la que, a lo sumo, gusta definir como «la oposición».

La vieja costumbre de simplificar todo en un culpable y un pretexto parece no alcanzar ya para zafar de los propios errores. Máxime cuando en el propio espacio ya asoman quienes trabajan en la sucesión y se disponen a ser impiadosos  con aquel al que en su momento fueron a buscar para esconder tras su figura el rechazo de la sociedad a algunas posturas que ahora vuelven a aparecer explícitas y sin disimulo.

Y mientras Alberto calla, evade la realidad y espera que por arte de magia el virus y la inestabilidad abandonen el escenario, las usurpaciones, las tomas, los manotazos a la justicia, el intento de controlar a los medios, la persecución al mérito como motor del avance social y la protección de la marginalidad como un tesoro a cuidar, sostener y multiplicar ocupan el centro de la escena generando un enfrentamiento que, hoy conceptual y acerca del país que queremos, se acerca peligrosamente a un choque violento entre los que tienen y los que , apoyados desde el gobierno, quieren quedarse con todo ello.

Algo que seguramente un «me equivoqué» no va a resolver pero sería señal suficiente de que la vocación es hacer las cosas bien y no buscar la explosión para avanzar luego en la apropiación.

Un pequeño gesto para una gran causa.